domingo, 11 de octubre de 2015

Batalla de Carrhae (Batalla de Carras)

La batalla de Carras (también conocida como batalla de Carrhae) fue un importante enfrentamiento militar que tuvo lugar en el año 53 a. C. en la ciudad de Carras (en latín Carrhae, antiguamente en territorio de Gran Armenia, actualmente Harrán, Turquía) entre el ejército romano al mando del general Marco Licinio Craso, gobernador de Siria por aquel entonces, y el ejército parto al mando del Spahbod Surena. Fue una de las derrotas más severas que sufrió la República romana.

Craso era un miembro del Primer Triunvirato y el hombre más rico de Roma, deseoso de la gloria militar y riquezas que prometía una campaña exitosa contra Persia, y decidió invadirla sin consentimiento oficial del Senado romano con 39.000 hombres. Tras rechazar una oferta de auxilio del rey de Armenia Artavasdes II marchó directamente por la Mesopotamia. Cerca del pequeño pueblo de Carras se enfrentó a un ejército parto al mando de Surena, quien a pesar de su amplia inferioridad numérica rodeó a la fuerza romana y la destruyó casi completamente. Craso murió cuando las negociaciones se tornaron violentas. Su muerte significó el final del Primer Triunvirato y la futura guerra civil romana entre Cayo Julio César y Cneo Pompeyo Magno.

Antecedentes

La guerra con Partia fue resultado de los acuerdos que buscaban ser mutuamente beneficiosos para el triunvirato formado por Craso, Pompeyo y César. En marzo y abril del 56 a. C. se celebraron en Rávena y Luca, en la provincia cesariana de la Galia Cisalpina, reuniones para reafirmar la alianza lograda cuatro años antes. Se acordó que reunirían sus partidarios y recursos para lograr la prolongación de la comandancia de César en las Galias y la elección conjunta de Pompeyo y Craso en el consulado. Durante las elecciones usaron el soborno, el clientelismo y la presión de un millar de soldados traídos por Publio Licinio Craso desde la Galia. Sus esfuerzos obtuvieron éxito, y la legislación aprobada por Gayo Trebonio en el 55 a. C. (Trebonia Lex) otorgó gobiernos proconsulares de cinco años para César en la Galia y los dos cónsules salientes, Hispania para Pompeyo y Siria para Craso, con la evidente intención de ir a la guerra contra los partos.

El rico Craso era un hombre de sesenta años y con impedimentos auditivos cuando se embarcó en su campaña militar. Plutarco dice que la avaricia y falta de popularidad fueron los motivos de la guerra.
Cicerón aporta, sin embargo, otra razón: las ambiciones del joven y talentoso Publio Craso, quien ya había luchado en la Guerra de las Galias. Esperaba ser premiado a su regreso con condecoraciones y rangos para iniciar su propia carrera política. Para el historiador romano, la batalla no solo fue un desastre militar para Roma o un final desafortunado para Marco Licinio, sino un final demasiado prematuro para el prometedor Publio.

Algunos romanos se opusieron a la guerra, Cicerón la llamó nulla causa (sin justificación), ya que los partos tenían un acuerdo de paz con Roma.
 El tribuno de la plebe Gayo Ateyo Capitón se opuso enérgicamente, llegando a llevar a cabo una execración pública contra el ex cónsul por partir.

A pesar de las protestas y presagios horribles, Craso dejó Roma el 14 de noviembre de 54 a. C. Publio Craso llevó consigo a sus jinetes, que se mantuvieron fieles a él hasta el fin.

Preparativos de la campaña

Craso llegó a Siria a finales del 55 a. C. y usó de inmediato sus riquezas para levantar un gran ejército. Reunió siete legiones (35.000 legionarios), 4.000 auxiliares y 4.000 jinetes, incluyendo los mil galos.3 Pronto contó con el apoyo del rey armenio Artavasdes II, que le aportó 6.000 jinetes. Poco después el rey le aconsejó avanzar por su reino y por eso le aportaría 16.000 jinetes y 30.000 infantes. Pero Craso rechazó la oferta, quizás para no tener que compartir el botín de su campaña con el monarca, y marchó directamente a Mesopotamia.

En respuesta, el rey Orodes II de Partia dividió su ejército y envió la mayoría de sus tropas a castigar a Artavasdes II, mientras dejaba solo a 10.000 hombres al mando de Surena guarneciendo Mesopotamia, pues el monarca esperaba que la fuerza inferior de su general sería incapaz de detener a Craso y le dio la misión de solo retardarlo.

Craso recibió la ayuda del cacique árabe Ariamnes, quien ya había apoyado a Pompeyo en sus campañas orientales, representada en su guía y un contingente de 6.000 jinetes. Craso confió en Ariamnes, pero éste era leal a los partos y fue diciéndole que debía atacarlos porque estaban desorganizados y débiles. Finalmente condujo a las legiones por las partes más desoladas del desierto, lejos de cualquier fuente de agua. El general romano recibió entonces una carta de Artavasdes en la que éste se excusaba por no poder acudir en su ayuda, aduciendo que Armenia también estaba siendo atacada por Orodes, y le aconsejaba que retrocediera para luchar juntos en Armenia. Craso no solo ignoró el consejo, sino que lo consideró una traición y siguió su marcha hasta que, cerca de la ciudad de Carras, encontró al ejército de Surena.
La batalla

Tras ser informado de la presencia del ejército parto, Craso entró en pánico. Su general Casio le recomendó desplegar el ejército al estilo tradicional romano, con la infantería en el centro y la caballería en los flancos. Aunque inicialmente estuvo de acuerdo, Craso terminó por formar un cuadrado con cada lado formado por doce cohortes. Esta era la formación usual en caso de ser desbordado, pero coartaba la movilidad. Las fuerzas romanas avanzaron hasta un arroyo. Sus lugartenientes aconsejaron a Craso hacer un campamento y atacar a la mañana siguiente, con el fin de dar a sus hombres la oportunidad de descansar. Publio, sin embargo, estaba deseoso por luchar y convenció a su padre de iniciar la batalla.

Los partos se esforzaron mucho por intimidar a los romanos. Comenzaron con un redoble de un gran número de tambores huecos para asustar a sus rivales, haciéndoles creer que los partos eran muchos más. Luego, al llegar a la vista de las legiones dejaron caer sus telas para que se vieran sus brillantes armaduras; sin embargo, Surena notó que no había podido intimidarlos. El general parto, a pesar de que inicialmente había planeado romper las líneas romanas con sus catafractos, rápidamente se dio cuenta de la inutilidad de aquello. Por ello envió a sus arqueros a caballo a rodear el cuadrado enemigo. La densidad de tropas romanas garantizó rápidamente que cada flecha conseguiría dar en un objetivo; gracias a sus arcos compuestos cada flecha llevaba suficiente fuerza para penetrar la armadura y, en parte, los escudos romanos. Los legionarios estaban bien protegidos por sus largos escudos (scutum), pero éstos no podían cubrir todo el cuerpo. Debido a esto, la mayoría de las heridas no fueron letales, aunque afectaron típicamente a las extremidades. Los romanos avanzaron varias veces contra sus enemigos, pero estos retrocedían disparando flechas (disparo parto). Los legionarios formaron entonces un testudo o formación en tortuga para mejor protegerse de las flechas, pero esto restringía la capacidad romana de combate cuerpo a cuerpo, hecho que era aprovechado por los catafractos para cargar contra diferentes grupos, rompiendo las líneas romanas en distintos puntos y causando muchas bajas. Cuando los romanos abandonaban dicha formación, los catafractos huían y los jinetes ligeros volvían a disparar sus arcos.

Craso confiaba en que los partos terminaran por agotar sus flechas, pero Surena había traído consigo un millar de camellos cargados de ellas, a fin de tener siempre abastecidos a los arqueros. Ante esto, el general romano envió a su hijo Publio con sus galos a ahuyentar a los partos, pero los arqueros montados se retiraron sin cesar de dispararles y, después de sufrir graves bajas, los catafractos les atacaron. Los arqueros a caballo rodearon a los galos y les cortaron la retirada, con lo que los galos acabaron masacrados.

Craso, sin saber lo sucedido a su hijo, ordenó un avance general para rescatarlo pero entonces vio la cabeza de Publio en la punta de una lanza. Entonces los arqueros a caballo empezaron a rodear la infantería romana disparándoles desde todas las direcciones mientras los catafractos cargaban contra los grupos de legionarios desorganizados y aislados. El ataque de los jinetes no cesó hasta la noche. El triunviro, desconcertado por la pérdida de su hijo, ordenó la retirada a la ciudad de Carras dejando tras de sí 4.000 heridos que fueron masacrados o capturados por los partos al amanecer.

Al día siguiente Surena envió un mensaje a los romanos ofreciéndose a negociar con Craso, propuso una tregua, permitiendo a las tropas romanas retirarse a Siria a salvo a cambio de que Roma renunciara a avanzar más allá del río Éufrates. Craso era reacio a reunirse con los partos, pero sus tropas amenazaron con amotinarse si no lo hacía. Durante la reunión un parto tiró de las riendas del caballo de Craso, lo que inició una discusión que pronto se tornó violenta, terminando muertos el mismo triunviro y los generales que le acompañaban. Después de eso los partos, supuestamente, vertieron oro en la garganta de Craso como símbolo de burla por su fama de avaro. Los legionarios que estaban en Carras intentaron huir. Ariamnes prometió guiarlos por el camino a Siria, pero Casio, con 500 jinetes y 5.000 infantes, desconfió de él y siguió su propio camino hacia Siria. Los que sí lo siguieron fueron conducidos a una nueva trampa, donde los rodearon los partos y terminaron muertos o capturados.

Consecuencias

Las cifras que da Plutarco de la derrota indican la magnitud del desastre, 20.000 muertos y 10.000 prisioneros.5 Las pérdidas partas son desconocidas, pero es muy probable que fueran mínimas en comparación. Los romanos sobrevivientes llegaron en pequeños grupos a Siria por su cuenta. El destino de los prisioneros es incierto y pasaron a ser llamados la Legión perdida.

En tanto Orodes invadió con éxito Armenia y la sometió a su voluntad, pero al serle imposible asediar las ciudades enemigas, decidió negociar la paz con Artavasdes II y le forzó a entregarle una de sus hermanas, a la que casó con su hijo Pacoro I de Partia.

La cabeza y la mano de Craso fueron enviadas al rey parto. Se cuenta que Orodes II estaba viendo una obra teatral -en la que uno de los actores fingía tener en sus manos una cabeza humana- cuando el mensajero lanzó al escenario la cabeza de Craso, diciéndoles que mejor usaran aquella. El destino de Surena no fue mejor que el de Craso: su victoria provocó los celos de su rey, quien decidió ordenar su asesinato para deshacerse de un posible rival.

La cabeza de Craso fue exhibida en la corte de Orodes II y los siete estandartes romanos expuestos en los templos de Partia. Tres décadas después, en 19 a. C., el emperador Augusto negoció la devolución de éstos y el regreso de los cautivos que habían sobrevivido.

Es en esta parte donde la realidad se confunde con la leyenda al intentar discernir el destino de los diez mil legionarios esclavizados de la expedición de Craso, que algunos sugieren que constituyeron la legión perdida mencionada por Plutarco y Plinio y que reaparecería en China en el año 36 a. C.

Los partos no atacaron inmediatamente Siria, lo que dio tiempo al cuestor Casio a preparar las defensas de las ciudades y rechazar las incursiones fronterizas, cuando en el 51 a. C. un ejército parto, al mando del príncipe Pacoro I y el general Osaces, entró en la provincia. Casio, que apenas disponía de dos legiones, se refugió tras los muros de las ciudades costeras, en particular Antioquia. Los partos avanzaron y saquearon la provincia pero no conquistaron ninguna urbe y tuvieron que retroceder a Antigonea que tampoco lograron tomar. En el camino de regreso, Casio los emboscó y Osaces resultó muerto.

Al año siguiente el nuevo gobernador romano, Marco Bíbulo, logró firmar la paz con Pacoro, lo que aseguró una paz de diez años.

Repercusiones

Para Roma la principal consecuencia de esta batalla fue la muerte de Craso, y por consiguiente la desaparición del primer triunvirato, pasando de un gobierno de tres a otro de dos. Pero aun así dos era multitud para el gobierno de la República y el camino estaba despejado para el inicio de la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, ya que se desestabilizó el balance de poder en Roma.

Otra de las implicaciones de esta batalla fue el hecho de que el continente europeo se abriera a un nuevo y preciado material: la seda. Los romanos que lograron sobrevivir a la batalla describieron haber visto unas banderas brillantes usadas por los partos mientras les perseguían. Estas banderas estaban hechas con seda. Así, al mismo tiempo que crecía el interés en Europa por este tejido, se extendía la ruta de la seda entre este continente y China, dando comienzo a una de las rutas comerciales más grandes y prósperas de la historia.

Fuente:https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Carras

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