1. Vida
Sobre la vida de Porfirio poseemos algunos datos
seguros y numerosos testimonios de veracidad incierta. La fuentes más
fidedignas son, sin duda, sus propias obras ―sobre todo la Vida de Plotino y la Carta a Marcela― en las que consigna algunas informaciones sobre su vida.
Eunapio de Sardes (347-414) es el autor de una breve Vida de Porfirio
en la que mezcla noticias ciertas con otras de las que es razonable
dudar. Los testimonios de autores platónicos posteriores, como Jámblico,
Proclo o Simplicio, son útiles para reconstruir su pensamiento más que
las circunstancias de su vida, y algo semejante se puede afirmar de las
numerosas referencias de los Padres y escritores cristianos ―san Metodio
de Olimpia, Eusebio de Cesarea, san Jerónimo, san Agustín y otros―,
normalmente en obras cuya finalidad era confutar los ataques de Porfirio
a la fe cristiana.
Porfirio nació el año 234 en Tiro, Fenicia, y recibió
el mismo nombre que su padre, Malco, cuyo significado semítico, rey, fue
sucesivamente traducido al griego por su maestro Longino como Porfirio,
que significa vestido de púrpura. Si bien de origen era fenicio, su
educación fue completamente griega, iniciando los estudios superiores en
Atenas, donde pudo frecuentar diversos maestros y donde recibió sobre
todo el influjo del filósofo y retórico Longino, descrito por Eunapio
como «una biblioteca viviente y un museo ambulante» .
Es probable que, posteriormente, Porfirio se
trasladara a Cesarea para recibir las enseñanzas de Orígenes. Aunque son
dudosos los testimonios sobre sus contactos con el cristianismo
―algunas fuentes hablan incluso de su adhesión a la fe cristiana―, sí es
cierto que Porfirio tuvo un profundo conocimiento del antiguo y del
nuevo testamento y de la vida de la Iglesia.
A la edad de treinta años Porfirio se trasladó a Roma,
en donde permaneció seis años en la escuela de Plotino. Si en sus
primeros años de estudios Porfirio adquirió una vasta cultura y un buen
conocimiento filológico y exegético, es lógico suponer que junto a
Plotino adquiriera y madurara sus convicciones filosóficas más
profundas, demostrando una gran sintonía con el pensamiento de su
maestro, a la vez que la suficiente autonomía para distanciarse de él en
algunas cuestiones importantes. A raíz de una fuerte depresión que le
llevó, como él mismo cuenta, a plantearse incluso la posibilidad del
suicidio, Plotino le aconsejó que se alejara de Roma a un lugar más
tranquilo para restablecer su salud. Porfirio se estableció en Sicilia,
en la ciudad de Lilibeo, la actual Marsala, donde continuó desarrollando
su pensamiento filosófico. Aunque no se conoce cuánto duró exactamente
su permanencia en Sicilia, residió allí al menos hasta la muerte de
Plotino, ocurrida en el 270.
Sucesivamente regresó a Roma, en donde se
ocupó, entre otras cosas, de ordenar, pulir, completar la redacción y,
finalmente, publicar los escritos de Plotino bajo el nombre de Enéadas. Es probable que Porfirio sucediera a su maestro en la guía de su escuela en Roma.
Otras noticias de la última etapa de su vida nos las da el mismo Porfirio en su Carta a Marcela, viuda con siete hijos, con la que contrajo matrimonio siendo él «ya cercano a la vejez».
En su Carta a Marcela,
además de defenderse de las insinuaciones maliciosas que su matrimonio
había suscitado, Porfirio ofrece un testimonio de su elevado ideal
filosófico, ético y religioso. No se sabe con exactitud la fecha de
composición de esta Carta, pero el motivo de la
misma, consolar y aconsejar a su mujer ante la necesidad de emprender un
viaje ―«el interés de los griegos me llamaba y junto a ellos los dioses
me presionaban» [Carta a Marcela 4, 5-6]―
después de diez meses de convivencia, junto a otros testimonios, han
llevado a algunos estudiosos a conjeturar la presencia de Porfirio en el
Consilium principis convocado el año 302-303, en
Nicomedia, por el emperador Diocleciano antes de lanzar su terrible
persecución contra los cristianos.
Porfirio murió, probablemente en Roma, en torno a los primeros años del siglo cuarto.
2. Obras
Porfirio fue un autor muy fecundo, como lo demuestran
las setenta y cinco obras que se le atribuyen y que, sin embargo,
conocemos de modo bastante parcial. De muchas de ellas, algo más de
treinta, tenemos noticia sólo del título; de un número aproximadamente
semejante se conservan sólo fragmentos, más o menos extensos; sólo once
de sus obras nos han llegado íntegras. La diversidad de los contenidos
de sus escritos es amplísima y refleja la multiplicidad de intereses que
ocuparon a Porfirio.
Parte de sus escritos son comentarios a obras de Platón y de Aristóteles. Porfirio comentó numerosos diálogos de Platón: Parménides, Filebo, Fedón, República, Sofista y Timeo;
de todos estos comentarios conservamos sólo fragmentos. Nada nos ha
llegado, sin embargo, de sus comentarios a otros diálogos, como Banquete y Crátilo.
Entre los comentarios de Porfirio a escritos aristotélicos, los más
conocidos, y probablemente los que más influyeron en la filosofía
posterior, son su Comentario a las Categorías de Aristóteles y la Isagoge (introducción) a las Categorías de Aristóteles; además de estas dos obras, conservadas íntegras, se sabe que escribió otro Comentario a las Categorías (a Gedalio) del que han llegado sólo fragmentos. También se conservan fragmentos de comentarios al Peri Hermeneias y a la Física de Aristóteles, y se tiene noticia de comentarios a otros tratados aristotélicos, como las Confutaciones sofísticas, el Libro XII de la Metafísica y la Ética.
Porfirio se ocupó también del pensamiento de Plotino,
no sólo ordenando y transcribiendo sus tratados hasta publicarlos bajo
la forma de las Enéadas, sino escribiendo además un Comentario a las Enéadas, hoy perdido, y la Vida de Plotino,
que constituye la fuente principal de nuestro conocimiento de la vida y
de la personalidad de su maestro. Otra obra de carácter histórico es su
Historia de la Filosofía, en cuatro libros, de los cuales se conserva prácticamente íntegro el primero, Vida de Pitágoras, y de modo fragmentario el resto.
Una obra importante de contenido metafísico, que nos ha llegado completa, son las Sentencias sobre los inteligibles. Tenemos noticia, y en algunos casos también fragmentos, de otras obras dedicadas a problemas filosóficos específicos, como Sobre el alma, contra Boeto, Sobre la materia, Sobre la unidad de las escuelas de Platón y Aristóteles, Sobre la diferencia entre Platón y Aristóteles, a Crisaorio.
De su preparación e intereses filológicos y exegéticos nos han llegado algunas obras dedicadas a Homero; además de las Cuestiones homéricas y Sobre Estige, ambas fragmentarias, conservamos completa el Antro de las Ninfas.
Porfirio fue también el autor del primer Comentario a los Oráculos caldeos,
texto del siglo segundo, atribuido a Juliano el caldeo y a su hijo
Juliano el teúrgo, que presenta una presunta revelación divina, con
elementos de procedencia medioplatónica y gnóstica, del que Porfirio se
servirá a la hora de elaborar su sistema metafísico. En otra de sus
obras, que conocemos también sólo de modo fragmentario, la Filosofía de los oráculos,
Porfirio presenta una apología de la religión tradicional, greco-romana
y de otros pueblos, a partir de diversos oráculos; su intención era
demostrar la afinidad de fondo entre las diversas tradiciones religiosas
y la filosofía griega.
Si en esta última obra Porfirio manifiesta su aversión al cristianismo,
sus ataques a la fe cristiana se concentran en su libro Contra los cristianos.
La unidad de esta obra, reconstruida en base a testimonios sobre todo
de autores cristianos y cuyo título sólo aparece en el siglo once, es
problemática, y bien podría tratarse de una colección de escritos de
Porfirio dedicados a combatir el cristianismo.
Otras obras importantes de carácter ético-religioso son la Carta a Marcela y Sobre la abstinencia de carnes animales, conservadas íntegras; poseemos además fragmentos del Sobre el ‘conócete a ti mismo’, Sobre el retorno del alma a Dios, Sobre las imágenes de los dioses y de la Carta a Anebo,
sacerdote egipcio, en la que Porfirio critica la excesiva confianza en
la teúrgia, esto es en rituales, símbolos y objetos considerados
sagrados, como recurso para unirse a Dios.
A todas estas obras se podrían añadir todavía otras dedicadas a cuestiones científicas, como su Comentario a los ‘Armónicos’ de Tolomeo y A Gauro, sobre la animación del embrión, conservadas completas.
3. Visión de conjunto del pensamiento de Porfirio
Una breve frase que Plotino dirigió a su discípulo, transmitida por este último en su Vida de Plotino ―«te has revelado a la vez poeta, filósofo y hierofante» [Vida de Plotino
15, 4-6]― nos ayuda a distinguir al menos tres esferas entre los
intereses de Porfirio. Por una parte Porfirio se dedicó a cuestiones
filológicas y exegéticas, comentando textos de Homero y ocupándose
también de otros problemas más técnicos de gramática y de filología.
Porfirio fue también un filósofo muy apreciado por sus contemporáneos, y
no sólo por su grande erudición, sino por su propia especulación
metafísica. Además del pensamiento de Plotino, conoció en profundidad el
de Platón y Aristóteles ―es el primer filósofo que comenta extensamente
a los dos―, así como el de algunos pensadores platónicos de los dos
primeros siglos, y supo elaborar un propio sistema filosófico, distinto
en algunos puntos importantes del de su maestro Plotino. Por último,
Porfirio fue un pensador profundamente religioso, que quiso defender la
religión tradicional greco-romana, oponiéndose para ello con vigor al
cristianismo entonces en gran expansión, y sin miedo, en cambio, a
acoger las novedades de religiones orientales y de Egipto que no
contradecían su visión filosófica.
La imagen de Porfirio como un pensador de grande
erudición, pero de poca profundidad especulativa, como un simple
comentador y buen discípulo de Plotino, hoy día no se considera
apropiada. Los estudios actuales sobre Porfirio tienden a valorar la
originalidad de su pensamiento, la valentía de su proyecto intelectual y
la importancia de su influjo en la filosofía sucesiva, también en
ámbito cristiano. Para comprender el alcance de su obra y la unidad de
fondo de su proyecto, es necesario recordar algunos rasgos del ambiente
cultural y filosófico en el Imperio romano del siglo tercero.
Desde una perspectiva filosófica, estamos
acostumbrados a situar la figura de Plotino como frontera entre dos
etapas distintas de la evolución del platonismo; con él terminaría la
etapa medioplatónica e iniciaría el neoplatonismo. Sin embargo, esta
distinción, seguramente útil y funcional a la hora de reconstruir la
larga historia de la tradición platónica, no es completamente precisa.
Ciertamente el pensamiento de Plotino introdujo importantes novedades en
el seno del platonismo, pero ni todos sus discípulos ni todos los
platónicos posteriores las acogieron completamente. Y la filosofía de
Porfirio lo manifiesta de modo claro. En algunas cuestiones, en efecto,
Porfirio prefirió seguir una orientación diversa y en cierto modo
anticipada por otros platónicos anteriores a Plotino, como Plutarco,
Numenio o Alcinoo.
Una cuestión bastante debatida en ámbito académico ya en el siglo
segundo, era la convergencia entre el pensamiento de Aristóteles y el de
Platón. Mientras Plotino criticó a Aristóteles y no sintió alguna
necesidad de reconducir su pensamiento al de Platón, Porfirio al
contrario dedicó buena parte de su esfuerzo filosófico no sólo a
comentar las obras del Estagirita, sino a sostener la unidad de fondo en
la filosofía de los dos grandes maestros.
Otra cuestión entonces muy
sentida era, sin duda, las relaciones entre la filosofía, producto
cultural de claras raíces helénicas, y las distintas religiones de los
diversos pueblos incorporados al Imperio romano. También en este ámbito
Plotino demostró cierto desprecio por cualquier religión necesitada del
soporte de una revelación divina, mientras que Porfirio manifestó grande
interés por los Oráculos caldeos, las revelaciones herméticas, el hebraísmo y, más en general, por las religiones no griegas.
La entera obra de Porfirio, más allá de su aparente
desorden y dispersión temática, conserva una profunda unidad, y puede
entenderse como el intento consciente de demostrar la riqueza y la
armonía de la cultura griega, en la que convergen el pensamiento de los
más grandes filósofos ―Pitágoras, Sócrates, Platón y Aristóteles―, la
gran literatura homérica, portadora de una sabiduría filosófica y
divina, y la tradición religiosa. Éste es el sentido último de la
exaltación de la figura de Pitágoras, reconduciendo a él el pensamiento
de Sócrates y de Platón, que considera, sin duda, el punto de llegada de
la filosofía griega, así como del esfuerzo de Porfirio por introducir
en la misma corriente de pensamiento no sólo la obra de Aristóteles,
sino también, a través de una hábil exégesis de sus textos, las obras de
Homero. Y lo que la filosofía afirma sobre los dioses, la religión
tradicional lo traduce en culto, sacrificios y oraciones, que en buena
parte coincide con las revelaciones y el culto de otras religiones
extranjeras. Desde esta perspectiva se entiende también la acogida
favorable de algunas revelaciones y la feroz oposición de Porfirio al
cristianismo, algunos de cuyos dogmas centrales contradecían las tesis
platónicas y el politeísmo oficial.
Sin negar la veracidad de la afirmación de Plotino
sobre Porfirio, es conveniente subrayar que Porfirio fue sobre todo un
filósofo que puso al servicio de su proyecto intelectual su gran
inteligencia, su erudición y su pericia filológica y exegética. La
filosofía, por otra parte, era concebida en su tiempo más que como
actividad especulativa, como un modo de vida que conducía a Dios; su
finalidad no es otra que la de asimilarse a Él. Un modo de vida del que
formaba parte el culto y la teúrgia, sin que, sin embargo, al menos en
el caso de Porfirio, el pensamiento filosófico quedara subordinado, como
sucedió en otros platónicos inmediatamente posteriores, a tales
prácticas.
Como otros platónicos contemporáneos, Porfirio dividía la filosofía en ética, física y metafísica, también denominada epóptica
o saber contemplativo concerniente los misterios, el culmen del saber.
La finalidad última de la filosofía, como se ha dicho, era la unión con
Dios, convirtiéndose de hecho en una filosofía religiosa o en una
religión filosófica de carácter minoritario y elitista. A las tres
partes indicadas, Porfirio añadía una previa, la lógica, que consideraba
instrumental y propedéutica respecto al resto de la filosofía. En las
páginas sucesivas seguiremos su mismo esquema, ocupándonos de Lógica,
Ética, Física, Metafísica y, por último, de su defensa de la religión
tradicional y la consiguiente crítica al cristianismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario