sábado, 4 de octubre de 2014

Porfirio

Porfirio (234-305 d.C.) fue un filósofo muy apreciado por sus contemporáneos, y no sólo por su grande erudición, sino por su propia especulación metafísica. Además del pensamiento de Plotino, conoció en profundidad el de Platón y Aristóteles —es el primer filósofo que comenta extensamente a los dos—, así como el de otros pensadores platónicos de los dos primeros siglos, y supo elaborar un propio sistema filosófico, distinto en algunos puntos importantes del de su maestro Plotino. Porfirio fue, además, un pensador profundamente religioso, que quiso defender la religión tradicional greco-romana, oponiéndose para ello con vigor al cristianismo entonces en gran expansión, y sin miedo, en cambio, a acoger las novedades de religiones orientales y de Egipto que no contradecían su visión filosófica. La imagen de Porfirio como un pensador de grande erudición, pero de poca profundidad especulativa, como un simple comentador y buen discípulo de Plotino, hoy día no se considera apropiada. Los estudios actuales sobre Porfirio tienden a valorar la originalidad de su pensamiento, la valentía de su proyecto intelectual y la importancia de su influjo en la filosofía sucesiva, también en ámbito cristiano.

1. Vida

Sobre la vida de Porfirio poseemos algunos datos seguros y numerosos testimonios de veracidad incierta. La fuentes más fidedignas son, sin duda, sus propias obras ―sobre todo la Vida de Plotino y la Carta a Marcela― en las que consigna algunas informaciones sobre su vida. 

Eunapio de Sardes (347-414) es el autor de una breve Vida de Porfirio en la que mezcla noticias ciertas con otras de las que es razonable dudar. Los testimonios de autores platónicos posteriores, como Jámblico, Proclo o Simplicio, son útiles para reconstruir su pensamiento más que las circunstancias de su vida, y algo semejante se puede afirmar de las numerosas referencias de los Padres y escritores cristianos ―san Metodio de Olimpia, Eusebio de Cesarea, san Jerónimo, san Agustín y otros―, normalmente en obras cuya finalidad era confutar los ataques de Porfirio a la fe cristiana.

Porfirio nació el año 234 en Tiro, Fenicia, y recibió el mismo nombre que su padre, Malco, cuyo significado semítico, rey, fue sucesivamente traducido al griego por su maestro Longino como Porfirio, que significa vestido de púrpura. Si bien de origen era fenicio, su educación fue completamente griega, iniciando los estudios superiores en Atenas, donde pudo frecuentar diversos maestros y donde recibió sobre todo el influjo del filósofo y retórico Longino, descrito por Eunapio como «una biblioteca viviente y un museo ambulante» .

Es probable que, posteriormente, Porfirio se trasladara a Cesarea para recibir las enseñanzas de Orígenes. Aunque son dudosos los testimonios sobre sus contactos con el cristianismo ―algunas fuentes hablan incluso de su adhesión a la fe cristiana―, sí es cierto que Porfirio tuvo un profundo conocimiento del antiguo y del nuevo testamento y de la vida de la Iglesia.

A la edad de treinta años Porfirio se trasladó a Roma, en donde permaneció seis años en la escuela de Plotino. Si en sus primeros años de estudios Porfirio adquirió una vasta cultura y un buen conocimiento filológico y exegético, es lógico suponer que junto a Plotino adquiriera y madurara sus convicciones filosóficas más profundas, demostrando una gran sintonía con el pensamiento de su maestro, a la vez que la suficiente autonomía para distanciarse de él en algunas cuestiones importantes. A raíz de una fuerte depresión que le llevó, como él mismo cuenta, a plantearse incluso la posibilidad del suicidio, Plotino le aconsejó que se alejara de Roma a un lugar más tranquilo para restablecer su salud. Porfirio se estableció en Sicilia, en la ciudad de Lilibeo, la actual Marsala, donde continuó desarrollando su pensamiento filosófico. Aunque no se conoce cuánto duró exactamente su permanencia en Sicilia, residió allí al menos hasta la muerte de Plotino, ocurrida en el 270. 

Sucesivamente regresó a Roma, en donde se ocupó, entre otras cosas, de ordenar, pulir, completar la redacción y, finalmente, publicar los escritos de Plotino bajo el nombre de Enéadas. Es probable que Porfirio sucediera a su maestro en la guía de su escuela en Roma.
Otras noticias de la última etapa de su vida nos las da el mismo Porfirio en su Carta a Marcela, viuda con siete hijos, con la que contrajo matrimonio siendo él «ya cercano a la vejez». 

En su Carta a Marcela, además de defenderse de las insinuaciones maliciosas que su matrimonio había suscitado, Porfirio ofrece un testimonio de su elevado ideal filosófico, ético y religioso. No se sabe con exactitud la fecha de composición de esta Carta, pero el motivo de la misma, consolar y aconsejar a su mujer ante la necesidad de emprender un viaje ―«el interés de los griegos me llamaba y junto a ellos los dioses me presionaban» [Carta a Marcela 4, 5-6]― después de diez meses de convivencia, junto a otros testimonios, han llevado a algunos estudiosos a conjeturar la presencia de Porfirio en el Consilium principis convocado el año 302-303, en Nicomedia, por el emperador Diocleciano antes de lanzar su terrible persecución contra los cristianos.

Porfirio murió, probablemente en Roma, en torno a los primeros años del siglo cuarto.

2. Obras

Porfirio fue un autor muy fecundo, como lo demuestran las setenta y cinco obras que se le atribuyen y que, sin embargo, conocemos de modo bastante parcial. De muchas de ellas, algo más de treinta, tenemos noticia sólo del título; de un número aproximadamente semejante se conservan sólo fragmentos, más o menos extensos; sólo once de sus obras nos han llegado íntegras. La diversidad de los contenidos de sus escritos es amplísima y refleja la multiplicidad de intereses que ocuparon a Porfirio.

Parte de sus escritos son comentarios a obras de Platón y de Aristóteles. Porfirio comentó numerosos diálogos de Platón: Parménides, Filebo, Fedón, República, Sofista y Timeo; de todos estos comentarios conservamos sólo fragmentos. Nada nos ha llegado, sin embargo, de sus comentarios a otros diálogos, como Banquete y Crátilo. Entre los comentarios de Porfirio a escritos aristotélicos, los más conocidos, y probablemente los que más influyeron en la filosofía posterior, son su Comentario a las Categorías de Aristóteles y la Isagoge (introducción) a las Categorías de Aristóteles; además de estas dos obras, conservadas íntegras, se sabe que escribió otro Comentario a las Categorías (a Gedalio) del que han llegado sólo fragmentos. También se conservan fragmentos de comentarios al Peri Hermeneias y a la Física de Aristóteles, y se tiene noticia de comentarios a otros tratados aristotélicos, como las Confutaciones sofísticas, el Libro XII de la Metafísica y la Ética.

Porfirio se ocupó también del pensamiento de Plotino, no sólo ordenando y transcribiendo sus tratados hasta publicarlos bajo la forma de las Enéadas, sino escribiendo además un Comentario a las Enéadas, hoy perdido, y la Vida de Plotino, que constituye la fuente principal de nuestro conocimiento de la vida y de la personalidad de su maestro. Otra obra de carácter histórico es su Historia de la Filosofía, en cuatro libros, de los cuales se conserva prácticamente íntegro el primero, Vida de Pitágoras, y de modo fragmentario el resto.

Una obra importante de contenido metafísico, que nos ha llegado completa, son las Sentencias sobre los inteligibles. Tenemos noticia, y en algunos casos también fragmentos, de otras obras dedicadas a problemas filosóficos específicos, como Sobre el alma, contra Boeto, Sobre la materia, Sobre la unidad de las escuelas de Platón y Aristóteles, Sobre la diferencia entre Platón y Aristóteles, a Crisaorio.

De su preparación e intereses filológicos y exegéticos nos han llegado algunas obras dedicadas a Homero; además de las Cuestiones homéricas y Sobre Estige, ambas fragmentarias, conservamos completa el Antro de las Ninfas.

Porfirio fue también el autor del primer Comentario a los Oráculos caldeos, texto del siglo segundo, atribuido a Juliano el caldeo y a su hijo Juliano el teúrgo, que presenta una presunta revelación divina, con elementos de procedencia medioplatónica y gnóstica, del que Porfirio se servirá a la hora de elaborar su sistema metafísico. En otra de sus obras, que conocemos también sólo de modo fragmentario, la Filosofía de los oráculos, Porfirio presenta una apología de la religión tradicional, greco-romana y de otros pueblos, a partir de diversos oráculos; su intención era demostrar la afinidad de fondo entre las diversas tradiciones religiosas y la filosofía griega. Si en esta última obra Porfirio manifiesta su aversión al cristianismo, sus ataques a la fe cristiana se concentran en su libro Contra los cristianos. La unidad de esta obra, reconstruida en base a testimonios sobre todo de autores cristianos y cuyo título sólo aparece en el siglo once, es problemática, y bien podría tratarse de una colección de escritos de Porfirio dedicados a combatir el cristianismo.

Otras obras importantes de carácter ético-religioso son la Carta a Marcela y Sobre la abstinencia de carnes animales, conservadas íntegras; poseemos además fragmentos del Sobre el ‘conócete a ti mismo’, Sobre el retorno del alma a Dios, Sobre las imágenes de los dioses y de la Carta a Anebo, sacerdote egipcio, en la que Porfirio critica la excesiva confianza en la teúrgia, esto es en rituales, símbolos y objetos considerados sagrados, como recurso para unirse a Dios.

A todas estas obras se podrían añadir todavía otras dedicadas a cuestiones científicas, como su Comentario a los ‘Armónicos’ de Tolomeo y A Gauro, sobre la animación del embrión, conservadas completas.

3. Visión de conjunto del pensamiento de Porfirio

Una breve frase que Plotino dirigió a su discípulo, transmitida por este último en su Vida de Plotino ―«te has revelado a la vez poeta, filósofo y hierofante» [Vida de Plotino 15, 4-6]― nos ayuda a distinguir al menos tres esferas entre los intereses de Porfirio. Por una parte Porfirio se dedicó a cuestiones filológicas y exegéticas, comentando textos de Homero y ocupándose también de otros problemas más técnicos de gramática y de filología. Porfirio fue también un filósofo muy apreciado por sus contemporáneos, y no sólo por su grande erudición, sino por su propia especulación metafísica. Además del pensamiento de Plotino, conoció en profundidad el de Platón y Aristóteles ―es el primer filósofo que comenta extensamente a los dos―, así como el de algunos pensadores platónicos de los dos primeros siglos, y supo elaborar un propio sistema filosófico, distinto en algunos puntos importantes del de su maestro Plotino. Por último, Porfirio fue un pensador profundamente religioso, que quiso defender la religión tradicional greco-romana, oponiéndose para ello con vigor al cristianismo entonces en gran expansión, y sin miedo, en cambio, a acoger las novedades de religiones orientales y de Egipto que no contradecían su visión filosófica.

La imagen de Porfirio como un pensador de grande erudición, pero de poca profundidad especulativa, como un simple comentador y buen discípulo de Plotino, hoy día no se considera apropiada. Los estudios actuales sobre Porfirio tienden a valorar la originalidad de su pensamiento, la valentía de su proyecto intelectual y la importancia de su influjo en la filosofía sucesiva, también en ámbito cristiano. Para comprender el alcance de su obra y la unidad de fondo de su proyecto, es necesario recordar algunos rasgos del ambiente cultural y filosófico en el Imperio romano del siglo tercero.

Desde una perspectiva filosófica, estamos acostumbrados a situar la figura de Plotino como frontera entre dos etapas distintas de la evolución del platonismo; con él terminaría la etapa medioplatónica e iniciaría el neoplatonismo. Sin embargo, esta distinción, seguramente útil y funcional a la hora de reconstruir la larga historia de la tradición platónica, no es completamente precisa. Ciertamente el pensamiento de Plotino introdujo importantes novedades en el seno del platonismo, pero ni todos sus discípulos ni todos los platónicos posteriores las acogieron completamente. Y la filosofía de Porfirio lo manifiesta de modo claro. En algunas cuestiones, en efecto, Porfirio prefirió seguir una orientación diversa y en cierto modo anticipada por otros platónicos anteriores a Plotino, como Plutarco, Numenio o Alcinoo. 

 Una cuestión bastante debatida en ámbito académico ya en el siglo segundo, era la convergencia entre el pensamiento de Aristóteles y el de Platón. Mientras Plotino criticó a Aristóteles y no sintió alguna necesidad de reconducir su pensamiento al de Platón, Porfirio al contrario dedicó buena parte de su esfuerzo filosófico no sólo a comentar las obras del Estagirita, sino a sostener la unidad de fondo en la filosofía de los dos grandes maestros. 

Otra cuestión entonces muy sentida era, sin duda, las relaciones entre la filosofía, producto cultural de claras raíces helénicas, y las distintas religiones de los diversos pueblos incorporados al Imperio romano. También en este ámbito Plotino demostró cierto desprecio por cualquier religión necesitada del soporte de una revelación divina, mientras que Porfirio manifestó grande interés por los Oráculos caldeos, las revelaciones herméticas, el hebraísmo y, más en general, por las religiones no griegas.

La entera obra de Porfirio, más allá de su aparente desorden y dispersión temática, conserva una profunda unidad, y puede entenderse como el intento consciente de demostrar la riqueza y la armonía de la cultura griega, en la que convergen el pensamiento de los más grandes filósofos ―Pitágoras, Sócrates, Platón y Aristóteles―, la gran literatura homérica, portadora de una sabiduría filosófica y divina, y la tradición religiosa. Éste es el sentido último de la exaltación de la figura de Pitágoras, reconduciendo a él el pensamiento de Sócrates y de Platón, que considera, sin duda, el punto de llegada de la filosofía griega, así como del esfuerzo de Porfirio por introducir en la misma corriente de pensamiento no sólo la obra de Aristóteles, sino también, a través de una hábil exégesis de sus textos, las obras de Homero. Y lo que la filosofía afirma sobre los dioses, la religión tradicional lo traduce en culto, sacrificios y oraciones, que en buena parte coincide con las revelaciones y el culto de otras religiones extranjeras. Desde esta perspectiva se entiende también la acogida favorable de algunas revelaciones y la feroz oposición de Porfirio al cristianismo, algunos de cuyos dogmas centrales contradecían las tesis platónicas y el politeísmo oficial.

Sin negar la veracidad de la afirmación de Plotino sobre Porfirio, es conveniente subrayar que Porfirio fue sobre todo un filósofo que puso al servicio de su proyecto intelectual su gran inteligencia, su erudición y su pericia filológica y exegética. La filosofía, por otra parte, era concebida en su tiempo más que como actividad especulativa, como un modo de vida que conducía a Dios; su finalidad no es otra que la de asimilarse a Él. Un modo de vida del que formaba parte el culto y la teúrgia, sin que, sin embargo, al menos en el caso de Porfirio, el pensamiento filosófico quedara subordinado, como sucedió en otros platónicos inmediatamente posteriores, a tales prácticas.
Como otros platónicos contemporáneos, Porfirio dividía la filosofía en ética, física y metafísica, también denominada epóptica o saber contemplativo concerniente los misterios, el culmen del saber. 

La finalidad última de la filosofía, como se ha dicho, era la unión con Dios, convirtiéndose de hecho en una filosofía religiosa o en una religión filosófica de carácter minoritario y elitista. A las tres partes indicadas, Porfirio añadía una previa, la lógica, que consideraba instrumental y propedéutica respecto al resto de la filosofía. En las páginas sucesivas seguiremos su mismo esquema, ocupándonos de Lógica, Ética, Física, Metafísica y, por último, de su defensa de la religión tradicional y la consiguiente crítica al cristianismo.


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