domingo, 2 de noviembre de 2014

Jámblico

Jámblico, Jámblico de Calcis o Yámblico (en griego antiguo: Ἰάμβλιχος) fue un filósofo griego neoplatónico, también considerado neopitagórico, de cuya vida poco se conoce, salvo que nació en Calcis, en Celesiria, (actualmente Anjar, Líbano), y fue discípulo de Porfirio. La fecha aproximada de nacimiento se establece hacia la segunda mitad del s. III, en el año 250, 245 ó 243, y falleció hacia el 330.

Biografía

Fue discípulo de Porfirio, en la ciudad de Roma, pero se separó de su maestro por discrepancia de ideas. Luego dirigió la escuela que había fundado en Siria (primero en Apamea y después en Dafne). A su muerte le seguirá su discípulo Sópatro de Apamea.
También tuvo como discípulos a Teodoro de Asine y Dexipo y fue apreciado por el emperador Juliano el Apóstata.



Sucedió a Jámblico en la escuela Edesio de Capadocia, y a éste su compatriota Eustacio. Aparte de éstos, fueron también discípulos directos de Jámblico, o partidarios de su doctrina y continuadores de su escuela místico-neoplatónica, Eusebio de Mindes, Prisco de Moloso, Máximo de Éfeso, Crisanto de Sardes, y el emperador Juliano el Apóstata, famoso más que por sus trabajos filosóficos, por los que emprendió para exterminar al Cristianismo, no menos que por sus esfuerzos para restaurar y regenerar el politeísmo. Esta idea le arrastró a todos los delirios y prácticas del espiritismo politeísta y de la teurgia, preconizada y practicada por los adeptos y secuaces de la doctrina de Jámblico, de que se hallaba rodeado constantemente. Durante su imperio, fue nombrado cónsul uno de éstos filósofos, llamado Salustio, el cual, juntamente con Claudiano de Éfeso, Macrobio, el autor de las Saturnales, Olimpiodoro, que floreció en Alejandría, como también Hipatia, continuaron la escuela místico-filosófica y la tradición teúrgica iniciada por Jámblico. El ecléctico Temistio, uno de los principales comentadores de Aristóteles, siguió también en parte esta doctrina.

Filosófia

Aun cuando maestro (Porfirio) y discípulo pertenecían a la misma corriente filosófica, el neoplatonismo, Jámblico se caracterizó por una serie de diferencias con respecto a Porfirio.

Más allá de una tendencia a la teúrgia por parte de Jámblico, en contraste a la escueta religiosidad de su maestro, nos encontramos con que a la identificación de partida con los preceptos neoplatónicos, pitagóricos y órficos, insistirá Jámblico sobre todo en el poder rector de la mente, o intelecto, en el rechazo al materialismo y en la existencia de un alma eterna e inmaterial.

Se le atribuye a Jámblico la autoría o recopilación llamada en latín De Mysteriis Aegyptiorum (Sobre los misterios de los egipcios).

Jámblico, natural de Calcis, en la Celesiria, y discípulo de Porfirio, representa una evolución importante del neoplatonismo. Ya dejamos indicado que éste entraña dos elementos, el filosófico y el místico o teosófico. En Plotino, y aun en su discípulo inmediato Porfirio, el elemento filosófico presenta más importancia que el místico, pues éste se halla subordinado al elemento filosófico en cierta manera. Jámblico representa un movimiento en sentido contrario: el elemento místico se sobrepone al filosófico, sin anularlo. Justificar y autorizar en el orden especulativo todas las supersticiones del culto popular; explicar el sentido real del politeísmo; subordinar la ciencia al culto, y enseñar las formas y especies de éste, he aquí el objeto principal de la Filosofía, en opinión de Jámblico y sus discípulos.
 
  Cualquiera que sea la opinión que se adopte acerca de la autenticidad del libro o tratado Sobre los misterios de los egipcios, atribuido generalmente a Jámblico, es lo cierto que el contenido de este libro es la expresión más exacta del pensamiento del filósofo de Calcis, y que las ideas en él vertidas se hallan en perfecta consonancia con las que se hallan en su Vida de Pitágoras y en su Protrepticus o Exhortación a a Filosofía.

 Los dioses griegos, romanos, egipcios, persas y orientales, todos hallan cabida, razón suficiente y justificación en el Universo de Jámblico: sólo el Dios de los cristianos queda excluido de la honorable sociedad divina. Amalgamando y poniendo a contribución las Ideas de Platón, las formas substanciales o entelequias de Aristóteles y los números de Pitágoras, distinguía tres clases u órdenes de dioses:

a) Los dioses intelectuales (las Ideas platónicas).

b) Los dioses suprasensibles o superiores al mundo visible (los Números de Pitágoras), y

c) Los dioses inmanentes en el mundo (las Formas de Aristóteles), los cuales son inferiores a la Unidad absoluta o divinidad suprema, de la cual emanan por series ternarias y en escala descendente.

El misticismo psíquico y práctico corresponde al misticismo especulativo y cosmogónico en la Filosofía de Jámblico. Después de presentar a la vista del lector el proceso cosmogónico del Ser, siguiendo paso a paso esa serie interminable de dioses, de demiurgos y logos, de demonios, de ángeles, de genios buenos y malos, de héroes de todas clases, el representante del neoplatonismo sirio entra en minuciosos detalles sobre los medios de ponerse en comunicación con esos dioses y mundos superiores. La purificación del alma por medio de la abstracción de las cosas sensibles, el ascetismo, la contemplación, las expiaciones, las invocaciones, las palabras misteriosas, las prácticas sagradas, la inspiración, el éxtasis, la inspiración profética, hasta llegar a la absorción del alma y a su unión teúrgica con la Divinidad y con el Ser absoluto, todo se halla descrito y recomendado por Jámblico. «El que evoca la Divinidad, se dice en el libro De Mysteriis Aegyptiorum, ve algunas veces un soplo que desciende y se insinúa, por medio del cual es instruido y dirigido místicamente. El hombre que recibe esta comunicación divina, percibe como una especie de rayo luminoso, el cual es percibido alguna vez por los que están a su lado, y anuncia la presencia de un Dios. Los hombres experimentados en estas prácticas, conocen por ciertas señales (quo ex signo in his rebus periti, verissime discernunt, quae sit potestas Numinis, quis ordo, et de quibus vera loquatur) la verdad, el poder y el rango de este Dios, las cosas sobre que puede instruirnos, las fuerzas o virtud que puede comunicarnos.... Pero para llegar a la perfección de la ciencia divina no basta haber aprendido a discernir estas señales; es preciso saber, además, en qué consiste esta inspiración. No procede esta inspiración de los genios, sino de los dioses mismos, y hasta es superior al éxtasis, el cual es más bien un accidente y consecuencia de la misma.

Su teoría ética se reduce a la absorción final del alma en Dios después de la muerte, preparada durante la vida presente por medio de mortificaciones, silencio, abstracción de los sentidos, y, sobre todo, por medio de las prácticas teúrgicas, por medio de las cuáles el hombre, o, si se quiere, el alma, se eleva y se acerca más y más a Dios.

Obras:

A parte de Los Misterios de Egipto fue autor de numerosas obras, la mayoría de ellas perdidas, de las que, sin embargo, se conservan algunos estractos. Estobeo, por ejemplo, nos ha dejado citas importantes de la Teogonía Caldea así como de De Ánima.

La primera traducción latina de Los Misterios de Egipto se debe a Marsilio Ficino, quien la realizó en 1497, a partir de un manuscrito copiado hacia 1460.

Los Misterios de Egipto se dividen en 10 libros que son una respuesta a la carta de Porfirio a Anebón y una solución a las dificultades que se encuentran en ella. Esta respuesta parece haber gozado de una cierta popularidad, incluso en medios cristianos, ya que Eusebio la cita en su Preparación Evangélica y San Agustín en su Ciudad de Dios (X-XI). En la carta en cuestión, Porfirio atacaba a la Teurgia y ciertas formas de adivinación que Jámblico se esfuerza en defender basándose en las enseñanzas de los Misterios egipcios y caldeos.

Los extractos que hemos escogido de estos 10 libros proceden, especialmente, del libro I, que trata de varias cuestiones apelando a la sabiduría caldeo-egipcia; del V, que se ocupa de los sacrificios y recalca la importancia de la oración; del VII, que trata de la mistagogía simbólica de los egipcios y del VIII que, a grandes rasgos y con considerables lagunas, expone algunas ideas sobre la teología y la astrología. Han sido traducidos a partir de la edición de Edouard des Places.

Como otros muchos filósofos griegos, Jámblico no es en realidad un elaborador de sistemas nuevos u originales; para él, los fundadores de la Teurgia, tema central de los Misterios de Egipto son siempre los sacerdotes egipcios, a los que muy a menudo llama los antiguos. La enseñanzas que aparecen en su obra proceden de estos, actuando Jámblico como un auténtico transmisor de la sabiduría egipcia, en lo que se refiere a Dios, al intelecto y al alma. Dios es Ese fuego supraceleste que saca su claridad de sí mismo, que no ha nacido, que es incorpóreo e inmaterial. El intelecto, la chispa divina en el hombre cuyo despertar permite su regeneracíón, es Aquello que en nosotros hay de divino, inteligente y uno [...] que se despierta manifiestamente en la oración; despertándose , este elemento aspira superiormente al elemento semejante y se une a él en la perfección en sí.

La oración y, sobre todo, la alabanza eran una parte importante de las prácticas religiosas egipcias, ello lo demuestra la inmensa cantidad de himnos que hoy en día se conservan. La función eminentemente litúrgica de estos himnos no les priva, sino todo lo contrario, de un extraordinario valor poético. La oración era para los egipcios algo natural en el hombre caído y no sólo tenía el poder de orientarle hacia Aquel a quien ora, sino también el de acercarle a Él. En un himno a Amón leemos: Él oye las oraciones de aquel que grita hacia él; en un instante viene de lejos hacia aquel que le invoca. Tener conciencia de nuestra nada es lo que nos empuja a orar: Y por la súplica nos elevamos pronto hasta el Ser a quien suplicamos, nos hacemos semejantes a Él por su frecuentación continua y desde nuestra imperfección llegamos poco a poco a la perfección divina.

En la oración se considera tres grados, los cuales Jámblico explica con detenimiento, y, que además de ser un digno objeto de enseñanza, hace que la ciencia de los dioses se perfeccione. El primer grado de oración nos lleva al contacto con lo divino y nos permite conocerle; el segundo grado establece una comunión y una conformidad de sentimientos que atrae los dones que los dioses envían desde arriba incluso antes de que tomemos la palabra e incluso antes de que pensemos. En el tercero se sella una unión inefable que funda sobre los dioses toda su eficiencia y hace que nuestra alma repose perfectamente en ellos. La oración es, pues, un instrumento en manos del hombre que quiere recuperar su estado de unión con lo divino, que alimenta nuestra alma y que revela a los hombres los secretos divinos.

Para los egipcios, la creación, la naturaleza o el mundo de las apariencias no son sino símbolos de otra realidad, del mismo modo que sus jeroglíficos y su mitología se refieren también a ella, pudiéndoselos confundir, tal como tiende a hacer el profano, con meros símbolos de la naturaleza.

Hacían una distinción entre la naturaleza y la vida natural que de ella depende, la vida psíquica y la intelectual. Los planos psíquico e intelectual están por encima del natural, la fatalidad o el destino que actúa sobre el natural y sobre el psíquico no llega a alcanzar al intelectual. Esta no era en modo alguno una mera concepción o consideración teórica, ya que, según Jámblico, los sacerdotes egipcios recomiendan ascender por la Teurgia hierática a las regiones más elevadas, más universales, superiores a la fatalidad. Se trata de una vía enseñada por Hermes, que el profeta Bytis Interpretó al rey Amón después de haberla descubierto, grabada en jeroglíficos en un santuario de Sais en Egipto. Para los sacerdotes egipcios, el hombre tiene dos almas una de las cuales participa en la naturaleza divina, que es intelectual y otra introducida en nosotros a partir de la revolución de los cuerpos celestes. Este alma intelectual es superior al ciclo de los nacimientos y gracias a ella, liberados de la fatalidad, nos remontamos hacia los dioses inteligibles.

La gran enseñanza de los egipcios, transmitida en los jeroglíficos y de la que Jámblico se hace eco, sería pues la respuesta a cómo librarse de la Fatalidad; y la Teurgia el sistema que nos proponen.

La fatalidad es el estado del hombre caído, sometido a la corruptibilidad, sometido a los astros. Declaro que el hombre, concebido como divinizado, unido antaño a la contemplación de los dioses, se ha deslizado en otra alma combinada a la forma específicamente humana y por ello se encuentra cogido en los lazos de la necesidad y de la fatalidad.

La verdadera Teurgia es, para Jámblico, una mistagogía sagrada. No es nuestro pensamiento el que opera estos actos (teúrgicos); su eficacia sería entonces intelectual y dependería de nosotros, y ni una ni otra cosa son verdaderas. Sin que nos demos cuenta de ello, son en efecto, los signos mismos, por sí mismos, quienes operan su propia obra, y el inefable poder de los dioses a quienes conciernen estos signos, reconoce sus propias copias por sí mismo sin la necesidad de ser despertado por la actividad de nuestro pensamiento [...] Lo que despierta propiamente el poder divino son los mismos signos divinos; y así el divino es determinado por el divino y no recibe de los seres inferiores otro principio sino su propia acción. Vemos que nada tiene que ver con la hechicería o con el poder mental.

Sirva esta breve exposición para centrarnos en la motivación profunda que impulsó a los egipcios a inventar una serie de divinidades, cada una de las cuales tiene, como irá advirtiendo el lector, un significado concreto y preciso. Todo su panteón, todos sus misterios, todo su curiosísimo sistema de momificación, no apuntan sino a enseñar el camino de la incorruptibilidad a la resurrección.


Fuentes: http://www.e-torredebabel.com/historia-filosofia-gonzalez/neoplatonismo-porfirio-filosofia-g.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Jámblico
http://www.lapuertaonline.es/ar120.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario