El nombre de Plinio el Viejo se encuentra vinculado a
su última y más importante obra, que es también la única que ha llegado
hasta nosotros, la
Historia natural. Presentada por Plinio a
Tito (a quien había dedicado la obra) en el año 77, fue publicada por su
sobrino en el año 79, con inclusión de otro libro (el I) que contiene
el catálogo de las fuentes y un sumario general de la obra. Plinio
sigue en la
Historia natural la estela de Varrón Reatino en
cuanto a tendencias culturales y método de investigación, y alcanza una
posición de primacía entre los escritores enciclopedistas. Por esta
obra, mina inagotable de noticias científicas y de curiosidades, la Edad
Media le reconoció fama de sabio universal; también los estudiosos
modernos le son deudores de infinitas informaciones sobre el mundo
antiguo.
La metodología seguida por Plinio el Viejo se
opone totalmente al concepto moderno de las ciencias naturales. Al
contrario que Aristóteles en su Zoología o de Teofrasto en su Botánica,
no indagó sobre las causas filosófico-naturales ni recogió hechos para
obtener conclusiones científicas. Pese a ello, las afirmaciones sin
fundamento, las fábulas, las exageraciones y la creencia en la magia y
en la superstición de la Historia Natural influyeron en la
conformación de la teoría científica y médica de los siglos posteriores.
Tal influencia no es ajena a la habilidad con la que Plinio el Viejo
reunió de manera metódica hechos sin relación entre sí, a su capacidad
de reparar en detalles ignorados por otros, y a los amenos relatos en
los que mezcló hechos verdaderos con datos ficticios. En el siglo XIX
los estudios latinos destacaron la importancia histórica de esta obra
como uno de los más grandes monumentos literarios de la antigüedad
clásica.
La Historia natural se compone de treinta
y siete libros. El primero contiene el plan general de la obra y da
noticias sobre muchos escritores leídos y estudiados. Los libros II-VII
tratan de geografía, astronomía y antropología; los libros VIII-XI, de
zoología; los libros XII-XIX, de botánica; los libros XX-XXVII, de
medicina vegetal; los libros XXVIII-XXXII, de medicina animal, es decir,
de cuanto puede obtenerse como medios útiles de los animales y las
plantas; y los libros XXXIII-XXXVII, de mineralogía, y, en especial, de
todo lo concerniente a los usos del vivir humano y de las artes
plásticas. Verdadera enciclopedia, Plinio el Joven la definió como "obra
amplísima y erudita, y tan varia como la naturaleza".
El material fue
obtenido de la lectura de unos dos mil volúmenes, y se citan cerca de
quinientos escritores, entre griegos y latinos.Con todo, no se limitó Plinio a ser un mero
compilador. Su pensamiento fundamental responde a la necesidad que tiene
el hombre de saber para poder vivir. Mientras los animales -dice-
sienten cada uno su propia naturaleza y según ella obran y resuelven sus
dificultades, el hombre, por sí solo, nada sabe si no lo aprende; por
sí mismo tan sólo sabe una cosa: llorar. La condición esencial de la
vida humana consiste en aprender lo que debe el hombre saber y conocer:
los lugares en que habita y los hombres entre los cuales vive, los
aspectos y los fenómenos del cielo y la tierra y, sobre todo, el mundo
vegetal y animal de donde se procura el sustento cuando está sano y los
remedios y medicamentos cuando enferma.
Para la historia del arte antiguo encierra
particular importancia el grupo de los libros del XXXIII al XXXVII, que
estudian la mineralogía y la manipulación de los metales y de las
piedras.
Compilador concienzudo, más que experto en las artes, Plinio se cuida de
indicar, como en las otras partes de su obra, las fuentes utilizadas,
ofreciendo así una bibliografía del arte antiguo que es de gran interés
para la moderna arqueología.
Subespecies humanas
Pero esto no es nada: Plinio informó
acerca de subespecies humanas tan variadas que Tolkien, en
El señor de los anillos, se quedó corto. Y también
World of Warcraft. Y
Star Wars.
Los arimaspios: habitan cerca del origen del viento del noroeste, y se distinguen por la posesión de un único ojo en mitad de la frente.
Los antropófagos: caníbales que, citando la traducción de
Philemon Holland (de 1601): “tienen los pies dirigidos hacia atrás,
girados hacia las pantorrillas de las primeras, y no obstante corren con
mucha rapidez”.
Los monoscelos: “que sólo tienen un pie cada uno,
pero son muy ágiles, y saltan con una rapidez asombrosa”. Durante el
tiempo más caluroso se tienden de espaldas y “se protegen del calor del
Sol con su pie”.
Los astomos: viven alrededor de las fuentes
del Ganges, carecen de boca y “Viven sólo del aire, y oliendo aromas
agradables, que aspiran por su nariz.”
Los Pigmeos: una raza especial de pigmeos
vivía a los pies del Himalaya. Según Homero, esta subespecie humana
estaba especialmente preocupada por los ataques de grullas, contra las
cuales organizaban expediciones armadas, que llevaban a cabo a lomos de
carneros y cabras. Cuando llegaban a las áreas de nidificación de las
grullas junto al mar, “causan un gran destrozo a los huevos y a los
pollos de grulla acabados de salir del huevo, que destruyen sin ninguna
piedad.”
Los cabezas de perro: viven en la India,
“un tipo de hombre cuya cabeza es como la de los perros, todos cubiertos
con las pieles de bestias salvajes, y que en lugar de hablar
acostumbraban a ladrar; están armados y bien equipados con uñas afiladas
y penetrantes; viven de las presas que obtienen cazando animales
salvajes y aves.”
Los gimnosofistas: viven también en la
India, y son filósofos “que desde la salida hasta la puesta del Sol son
capaces de resistir todo el día mirando directamente al Sol, sin
parpadear ni mover una sola vez sus ojos; y desde la mañana a la noche
pueden permanecer de pie sosteniéndose a veces sobre una pierna, y a
veces sob re la otra en la arena, pese a lo abrasadora que ésta es.”
Los andróginos: es una subespecie africana,
y son “de doble naturaleza, y en los que ambos sexos, macho y hembra,
se parecen, y tienen conocimiento carnal unos de otros de manera
intercambiable por turnos… Aristóteles dijo, además, que en el lado
derecho de su pecho tienen una tetilla o pezón como un hombre, pero en
el lado izquierdo poseen una teta o pezón como el de una mujer.”
Los fisilios: también son africanos, y su
aliento es “una ponzoña y veneno mortífero” para todas las serpientes.
Usaban esta característica, de hecho, para comprobar la fidelidad de sus
esposas: “Porque tan pronto parían éstas a sus hijos, su costumbre era
exponer y presentar a los tontos bebés recién nacidos a las serpeientes
más feroces, y crueles que podían encontrar; porque si no habían sido
fieles sino que habían caído en el adulterio, las dichas serpientes no
los evitarían ni huirían de los niños.”
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