miércoles, 4 de febrero de 2015

El fatalismo moderno: Diderot




 En ampliación con el post anterior se continúa con la evolución del fatalismo en la historia, ahora se ven los casos en la historia moderna.


El fatalismo de los materialistas franceses

El fatalismo conoció un nuevo auge durante la Ilustración gracias a los filósofos materialistas inspirados en el determinismo espinozista cuyos máximos representantes son La Mettrie, d'Holbach y Diderot.

Los contemporáneos, como el abad Pluquet, Le Guay de Prémontval o Lelarge de Lignac, le llamaron «fatalismo moderno» a esta corriente para distinguirla del «fatalismo antiguo» de los estoicos. Una diferencia fundamental entre las dos corrientes estriba en la radicalidad del necesitarismo de los modernos: para La Mettrie, d’Holbach y Diderot, el sujeto no es dueño de su voluntad ni de su juicio, que están determinados por el carácter innato y las modificaciones sufridas por la educación. Como dirá Diderot en los Elementos de fisiología, «la voluntad no es menos mecánica que el entendimiento; la volición precede a la acción de las fibras musculares; pero la volición sigue a la sensación; son dos funciones del cerebro; son corporales». Ya en la Carta a Landois, escribía en 1756:

    Obsérvelo de cerca, y verá que la palabra libertad es una palabra vacía de significado; que no puede haber seres libres; que no somos otra cosa que aquello que conviene al orden general, a la organización, a la educación y a la cadena de acontecimientos. He ahí lo que dispone de nosotros invenciblemente. No se concibe un ser que actúe sin la atadura o bien de una naturaleza o de una causa cualquiera que no está en nosotros.

Si el fatalismo excluye toda libertad, ¿cómo fundamentar conceptualmente la responsabilidad penal y moral del ser humano?

La ley, elemento de determinación del comportamiento

Herencia de las controversias de la antigüedad, el argumento antifatalista fue objetado por los fatalistas modernos. Diderot replica que no solamente el fatalismo es compatible con la responsabilidad, sino que es fuente de virtudes morales.

Esta doctrina afirma que el hombre está determinado por toda suerte de causas, y entre ellas figuran los castigos y recompensas, que modificando al ser humano le hace respetar las leyes y el orden social. Este extremo queda bien claro en la Carta a Landois: «aunque el hombre, bueno o malo, no sea libre, no por ello es menos modificable; es por eso que debe destruirse al dañino en la plaza pública». El castigo no deja de ser útil desde la perspectiva de la absoluta fatalidad, y en ese sentido es uno de los determinantes de la la conducta humana. La sociedad debe entonces continuar castigando a los criminales aún no siendo estos libres: su castigo disuade a los demás de seguir su ejemplo.

Pero, ¿no es criminal ejecutar a un pobre diablo empujado al crimen por herencia o por mala educación? La respuesta de los fatalistas modernos es que el castigo es la legítima defensa de la sociedad, medio necesario para mantener el orden público. Forzoso es ejecutar a aquel a quien el castigo no ha disuadido del crimen. El barón d’Holbach lo afirma en su Sistema de la naturaleza, en el capítulo titulado «Examen de la opinión que pretende que el sistema del fatalismo es peligroso»:

    Si la sociedad tiene derecho a conservarse a sí misma, tiene el derecho de emplear los medios para hacerlo; tales medios son las leyes, que presentan a los hombres los motivos para disuadirles de las acciones dañinas. ¿Que estos motivos no son suficientes? La sociedad, por su propio bien, está obligada a quitarles el poder de dañar.

El fatalismo fundamenta así el castigo tanto por su valor disuasorio como defensivo, e incluso va a darle la vuelta a la cuestión para oponerse a los partidarios del libre arbitrio: si el ser humano fuera radicalmente libre entonces no tendría la capacidad de ser modificado por la ley, los castigos o las recompensas. La tesis del libre arbitrio tendría como consecuencia la anulación de toda ley: sólo el fatalismo permite el mantenimiento del orden social.

Fatalismo y virtud

El fatalismo es presentado por Diderot como fuente de virtudes como la modestia o la clemencia. El sabio es consciente de que toma sus virtudes de la naturaleza y la necesidad, y no de su libertad. De manera que no se enorgullece, al contrario que el librearbitrista que cree, sin razón, haberse dado a sí mismo sus cualidades morales. Inversamente, no se mortifica por ser quien es, sabiendo que su vicio es producto de una educación incorrecta o una herencia dañina.

En el sistema fatalista de Diderot no hay sitio para la virtud o el vicio, sino para el hecho de haber sido « feliz o infelizmente nacido ». Diderot pondrá en práctica estas tesis en su novela Jacques el fatalista.

La aparición del concepto de determinismo a principios del siglo XIX tendrá como consecuencia la extinción del uso de la palabra «fatalismo» para designar este sistema filosófico, y con ello se perderá parte de su connotación negativa.

Crítica filosófica: fatalismo vs. determinismo

En el siglo XIX la noción de fatalismo adquirió una connotación peyorativa en la cultura filosófica, y se opondrá al determinismo, que verá en el fatalismo una creencia supersticiosa ajena a la ciencia.

El determinismo se refiere a la determinación condicional de los acontecimientos en virtud del principio de causalidad que hace que una consecuencia se derive necesariamente en cuanto el antecedente es efectivo: si A (la causa) se realiza, entonces B (el efecto) tendrá lugar. El determinismo permite la subsistencia de la razón (en tanto que el devenir está gobernado por un principio inteligible) y de la acción (pues la consecuencia solamente es necesaria en la medida en que lo sea el antecedente).

El fatalismo, en cambio, establece la determinación incondicional del suceso, sea cual sea la determinación del antecedente, tesis que excluye la razón (en la medida en que la relación causal no es comprensible) y la acción (¿para qué molestarse en forzar lo inevitable?)

Sartre, que no era determinista, escribió en El ser y la nada:

    "Se puede afirmar que el determinismo, si se tiene la precaución de no confundirlo con el fatalismo, resulta más humano que la teoría libre albedrío: si, en efecto, pone de relieve los condicionantes de nuestros actos, al menos da razón de cada uno de ellos, si se limita estrictamente a la física y renuncia a buscar un condicionante en el conjunto del universo, muestra que la atadura de nuestros actos está en nosotros mismos: actuamos tal y como somos y nuestros actos contribuyen a hacernos".

Si bien esta noción tiene hoy connotaciones negativas, no siempre fue así, como muestra el fatalismo antiguo de los estoicos o el materialismo de los filósofos franceses de la Ilustración.


Fuente:
http://es.wikipedia.org/wiki/Fatalismo

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