sábado, 4 de julio de 2015

El estoicismo entre los romanos. Séneca

Séneca, Epitecto y Marco Aurelio, sin ser los únicos, fueron los principales representantes del estoicismo greco-romano.

Séneca (Lucio Anneo), que floreció en el primer siglo del Cristianismo, fue natural de Córdoba. Sus padres fueron Marco Anneo Séneca, que enseñó la retórica en Roma en tiempo de Augusto, y Helvia, que contaba entre sus ascendientes a la madre de Cicerón. Llevado a Roma por su padre, Séneca se dedicó en su juventud a la elocuencia, en la cual llegó a sobresalir; pero habiendo sabido que sus discursos excitaban los celos y la suspicacia de Calígula, abandonó el foro para dedicarse al estudio de la Filosofía, en la cual hizo rápidos progresos. Habiendo tomado parte después en la vida pública, fue nombrado cuestor, lo cual no impidió que fuera desterrado a Córcega, en donde permaneció siete años, por haber sido acusado, con razón o sin ella, por Mesalina, de tener relaciones ilícitas con Julia, hija de Germánico. Llamóle a Roma Agripina para ecargarle la educación de su hijo Nerón, cuyos instintos de sanguinaria crueldad conoció desde luego, pero no supo o no pudo corregir. A pesar de su profesión de estoicismo, la conducta del filósofo cordobés mientras permaneció al lado de Nerón, fue más propia de un discípulo de Epicuro que de un estoico. Sin embargo, ni sus lisonjas y bajezas, ni sus grandes tesoros, ni los millares de esclavos que poseía, pudieron libertarle de los caprichos sanguinarios de su discípulo. Acusado, con razón o sin ella, de tener parte en la conspiración de Pisón, recibe orden de abrirse las venas, sin que se le permitiera siquiera hacer testamento, y muere a los sesenta y cinco años de edad con estoica o dramática impasibilidad, dictando un discurso en que rebosan sublimes máximas morales y cierta magnaminidad propias del orgullo estoico.

El fondo de la Filosofía de Séneca es el estoicismo, y lo es especialmente bajo el punto de vista de la moral. Como los estoicos, divide la Filosofía en Lógica o Racional, Física y Moral. La primera, más bien que lógica es una simple dialéctica, según la concibe y la expone, y por lo que hace a la física, comprendiendo en ésta la cosmología y la teodicea, puede decirse que la concepción de Séneca es una concepción escéptico-académica, muy análoga la de Cicerón. Para el filósofo cordobés, lo mismo que para el orador romano, la certeza y la evidencia están fuera del acance de la razón humana en las cosas físicas y en las ciencias especulativas, debiendo limitarnos a asentir a lo probable y verosímil.

Esto no obstante, y faltando en cierto modo a su consigna, Séneca investiga, discute y resuelve varios problemas pertenencientes a la Física en sus escritos, y con especialidad en los siete libros de sus Quaestiones Naturales, en los cuales trata del cielo, de la tierra, de los elementos, de los terremotos, de los fenómenos meteorológicos, de los cometas, &c. Más todavía: el filósofo cordobés plantea también, aunque no siempre discute y resuelve los principales problemas pertenencientes a la teodicea y la cosmología, y, al hacerlo, no solamente ensalza la nobleza e importancia de las ciencias especulativas y principalmente de los que tienen por objeto a Dios, sino que parece darles la preferencia sobre la ciencia moral que se refiere al hombre, insinuando que la superioridad de la primera está en relación con la superioridad y distancia del hombre a Dios (tantum inter duas interest, quantum inter Deum et hominem), y concluyendo por afirmar que apenas merecía la pena de nacer, si el hombre no pudiera elevarse al conocimiento de Dios y de las cosas divinas o superiores, al conocimiento de las causas y razones primeras de las cosas.

Por lo demás, las ideas y opiniones de Séneca en orden a estos problemas, y más especialmente con respecto a la divinidad, coinciden generalmente con las de la escuela estoica. Para el maestro de Nerón, como para el estoicismo, Dios es la mente o razón del universo, y es a la vez todo el universo mundo, considerado en todas sus partes, superiores o inferiores, visibles o invisibles: Quid est Deus? Mens Universi. Quid est Deus? Quod vides totum, et quod non vides totum.

La virtud es el único y supremo bien a que debe aspirar el sabio. Consiste ésta en vivir conforme a la naturaleza humana (secundum naturam suma vivere), y es cosa muy fácil de suyo, por más que las preocupaciones y locura general de los hombres la haga difícil: difficilem facit communis insania.

Esta virtud, que hace al hombre verdaderamente sabio; la virtud que resume y que representa todas las virtudes y que lleva consigo el bien supremo y la felicidad del hombre, es la prudencia; porque a ésta acompañan necesariamente la templanza, la fortaleza o constancia, la imperturbabilidad, la exención de la tristeza, y consiguientemente la felicidad, siendo para él indiferentes todas las demás cosas. Así es que el sabio, el hombre de la virtud estoica, «no temerá la muerte, ni las cadenas, ni el fuego, ni los golpes de la fortuna; pues sabe que estas cosas, aunque parecen males, no lo son en realidad.»

El hombre de la virtud, no sólo se asemeja a Dios, sino que es superior a éste en cierto modo, por cuanto que realiza con sus propios esfuerzos y hace por elección lo que Dios hace naturalmente. Est aliquid quo sapiens antecedat Deum: ille naturae beneficio, suo saspiens est.

Aquí aparece ya el orgullo refinado y egoísta del estoico, como aparecen su estúpida impasibilidad y sus aberraciones morales, cuando afirma que el alma del hombre permanece impasible e intrépida, mientras que el cuerpo mordetur, uritur, dolet, y, sobre todo, cuando enseña que el suicidio, no solamente es lícito, sino acción conforme con la ley interna (nihil melius aeterna lex fecit, quam quod unum introitum nobis ad vitam dedit, exitus multos), dejando al arbitrio o capricho del hombre la vida y la muerte: Placet? vive: non placet? licet eo reverti unde venisti.

Máxima es esta muy propia de un estoico orgulloso, y muy propia también de un filósofo que enseña que el virtuoso, el sabio estoico, si tiene poco que temer de los hombres, nada tiene que temer de Dios: scit non multum esse ab homine timendum, a Deo nihil.

En el orden especulativo, Séneca profesa ciertas opiniones que se acercan mucho al materialismo, por más que otras veces parezca inclinarse a la opinión contraria. Quod fit, et quod facit, corpus est, escribe, y en otros pasajes considera como cuerpos a las pasiones y los vicios y hasta el alma misma: corpora ergo sunt, et quae animi sunt; nam et hic corpus est.

Al lado de esta doctrina tan desconsoladora y tan poco conforme con la verdadera moral, Séneca enseña y ensalza el culto de Dios y su providencia paternal para con los hombres, y recomienda su imitación como medio eficaz de perfeccionamiento moral. Y es justo añadir aquí que lo que constituye el verdadero mérito de Séneca como filósofo moralista, es lo que podríamos llamar su principio humanitario. El filósofo cordobés, sin rechazar ni condenar en absoluto la esclavitud, tiene para los esclavos palabras de benevolencia y máximas de dulzura y dignidad, que no se encuentran en los filósofos que le precedieron. Séneca enseña, y enseña con insistencia, la fraternidad o parentesco universal que liga a los hombres todos entre sí –natura nos cognatos edidit– y que radica en la misma naturaleza. De este principio, relativamente nuevo y extraño para la Filosofía pagana, deduce aplicaciones y máximas que debían ser no menos nuevas y extrañas para esa Filosofía. En la antigua política, en la antigua Filosofía, en las antiguas costumbres y en las antiguas instituciones sociales, era doctrina corriente, y práctica autorizada considerable exento y libre de todo deber de humanidad y benevolencia, no ya sólo para con los esclavos, sino también para con los extranjeros, los cuales, por el solo hecho de serlo, eran mirados y tratados como enemigos. El filósofo cordobés abandona estas máximas tradicionales y arraigadas para predicar el amor mutuo –haec nobis amorem indidit mutuum– que la naturaleza misma inspira y prescribe a todos los hombres, y, lo que es más, la obligación o precepto de hacer eficaz y práctico este amor de nuestros semejantes, sin distinción de clases ni estados, prestándoles auxilio y ayuda en sus necesidades: Praecipiemus, dice, ut naufrago manum porrigat, erranti viam monstret, cum esuriente panem suum dividat.

Y concretando la cuestión a la esclavitud y los esclavos, Séneca, no sólo reconoce que la esclavitud no excluye la humanidad, o, digamos mejor, la igualdad de naturaleza (servi sunt? imo homines), la amistad y el compañerismo (servi sunt? imo humiles amici; servi sunt? imo conservi), sino que recomienda que los esclavos sean tratados con clemencia y cortesía, admitidos a familiar trato, y hasta como consejeros (in sermonem admitte et in consilium), y sentados a la mesa lo mismo que los hombres libres siempre que sean dignos por razón de sus costumbres; porque de éstas, y no de sus ministerios, depende su dignidad: non ministeriis illos aestimabo, sed moribus.

En vista de todo esto, ocurre naturalmente preguntar: ¿de dónde procede que Séneca, sin ser un filósofo de primer orden, sin poder compararse con Pitágoras y Sócrates, con Platón y Aristóteles, enseña, sin embargo, y profesa máximas tan superiores a las de estos grandes filósofos y tan desconocidas y extrañas en épocas anteriores? La respuesta no es difícil, si se tiene en cuenta que el filósofo cordobés fue maestro y víctima del gran perseguidor de los cristianos, del que dio muerte a San Pedro y San Pablo. Rechazando como apócrifa la correspondencia epistolar entre el filósofo de Córdoba y el Apóstol de las naciones, es preciso reconocer en todo caso que cuando el primero descendió al sepulcro, el segundo ya había recorrido o recorría a la sazón las provincias del Oriente y del Occidente, anunciando por todas y en la misma Roma la buena nueva, la gran revelación del Verbo de Dios sobre la tierra, el Cristianismo, en fin, cuya doctrina religiosa, cuyas máximas y ejemplos, y cuyo espíritu de caridad habían penetrado paulatinamente en todas las capas sociales, y venían infiltrándose insensiblemente en el mundo de la ciencia, subyugando con la fuerza de su verdad y belleza divinas los mismo espíritus que se rebelaban contra él y le hacían cruda guerra. Sólo de esta suerte es posible concebir y explicar los vislumbres y como fulgores de moral cristiana que, confundidos y amalgamados con las frías y orgullosas máximas del estoicismo, aparecen con frecuencia en las obras de Séneca. Las últimas palabras arriba citadas pueden considerarse como un eco lejano y como una repercusión inconsciente de las bienaventuranzas predicadas por el Hombre-Dios en el Sermón de la montaña. Añádase a esto que los acontecimientos históricos debieron poner a Séneca en contacto inmediato o mediato con San Pablo. Durante su permanencia en Acaya, el Apóstol fue citado y compareció ante el tribunal de Galión, el cual era hermano de Séneca. Más adelante compareció en Roma ante el prefecto del pretorio, Burrho, amigo de nuestro filósofo, sin contar que graves autores afirman que San Pablo compareció también dos veces ante el mismo Nerón. Estos hechos demuestran que le filósofo cordobés debió tener, si no comunicación directa y personal con el Apóstol de las naciones, al menos conocimiento más o menos exacto de su predicación y doctrina.

La elevación que distingue y caracteriza a la moral de Séneca, como resultado e indicio de la influencia latente del Cristianismo, parece observarse también en algunos otros puntos de su doctrina, entre los cuales merecen llamar la atención sobre sus ideas acerca del futuro progreso de la humanidad. Séneca es acaso el único filósofo de la antigüedad que entrevió con cierta claridad relativa la existencia de la ley del progreso humano en el terreno social, en el político, y sobre todo en el de las ciecias y artes. La verdad, dice, está patente a la investigación de todos; pero ninguno la posee toda, antes bien queda mucho que descubrir de la misma a los venideros (patet omnibus veritas, nondum est occupata, multum ex illa etiam futuris relictum est), o sea nuestros hijos y sucesores. Porque llegará tiempo, añade, en que a beneficio de repetidas y diligentes observaciones, se harán patentes ciertas verdades que hoy ignoramos: no basta una sóla época para descubrir todas las verdades: Veniet tempus, quo ista, quae nunc latent, in lucem dies extrahat, et longioris aevi diligentia: ad inquisitionem tantorum una aetas non sufficit.

En obsequio de la justicia y de la imparcialidad, es justo recordar que el filósofo español non semper sibi constat, siendo muy difícil conciliar entre sí algunas de sus ideas, y no siendo raro tropezar en sus escritos con afirmaciones contradictorias. Varios historiadores y críticos, y entre ellos algunos compatriotas de Séneca, se ocuparon en este punto, llamando la atención sobre la falta de fijeza de ideas que se echa de ver en el maestro de Nerón.

Fuente: http://filosofia.org/zgo/hf2/hf21099.htm

No hay comentarios:

Publicar un comentario