Podemos decir que el discurso de la ciudadanía y del individuo como persona expuesto por los filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles. Un discurso contrapuesto al discurso relativista o convencionalista de los Sofistas dano, se inaugura en este período y queda como piedra o fundamento de toda la Historia de Europa.
Para Sócrates nada había más importante que ser un buen ciudadano de Atenas, así lo atestigua la Apología y el Critón de Platón, dos obras en forma de diálogo las que se muestra al verdadero Sócrates, primero, siendo acusado y condenado a muerte por un tribunal popular bajo la acusación de impiedad y corrupción de la juventud, es decir, por no acatar y respetar las costumbres establecidas, y segundo, pudiendo escapar de la cárcel en la que esperaba para ser ejecutado y negándose a hacerlo, pues según su parecer, había que acatar las leyes aunque fuesen injustas, puesto que no acatar las leyes significaba la destrucción de la ciudad.
Platón concibió la idea de trazar los lindes de una ciudad ideal de manera geométrica, tal que pudiera servir de ejemplo y modelo a seguir para los habitantes de todas las ciudades en todo tiempo y lugar. De este modo en su República perfecta existirían tres clases de ciudadanos según predominase en ellos una u otra de entre tres nobles metales: los hombres de oro (gobernantes), caracterizados por la virtud de la prudencia; los hombres de plata (guerreros), caracterizados por la virtud de la valentía y, finalmente, los hombres de bronce (artesanos, comerciantes y agricultores), caracterizados por la virtud de la moderación.
Aristoteles modo que habría que procurar acercarse a una ciudad y unos ciudadanos en armonía o conjunción perfecta, donde cada uno realizase su cometido más propio por naturaleza, todo cual, le llevó a pensar que esa ciudad en armonía perfecta entre los ciudadanos debería estar presidida por la justicia, que empieza a ser un concepto además de una divinidad.
La ciudad según este pensador era una agrupación humana cuyo fin estribaría en la consecución de la vida buena y de la felicidad en general. Para ello los ciudadanos tendrían que adquirir buenos hábitos, ya que consideraba las costumbres individuales como una segunda naturaleza; centrándose su ética en la distinción entre las virtudes éticas del buen ciudadano y las virtudes éticas del buen gobernante.
Fuente: http://recursostic.educacion.es/secundaria/edad/4esoetica/quincena6/quincena6_contenidos_1b.htm
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