Esta es una pequeña Historia de la presencia de las mujeres en el ámbito de las matemáticas es un relato de discriminación e intolerancia. Podemos remontarnos al caso de Hipatia de Alejandría y su cruel muerte a manos de una turba de fundamentalistas cristianos.
Recordamos también el caso de Sophie Germain, que tuvo que aprender matemáticas por su cuenta, frente a la oposición familiar, y dedicarse a la investigación sin poder pertenecer a ninguna institución académica, ante la discriminación institucional; aún más, tuvo que ocultar su nombre como M. Leblanc en sus publicaciones, las que impresionaron a matemáticos de la talla de Legendre, Lagrange y Gauss.
O el caso más reciente de Emmy Noether, que a pesar del apoyo de Hilbert y Klein, no pudo obtener un puesto en Gotinga.
Mejor suerte tuvo Sofia Kovalévskaya. Vivó una vida de rebeldía, y fue la primera mujer europea en obtener un doctorado, aunque su temprana muerte (41), nos privó de saber hasta dónde hubiese llegado su genio.
Julia Robinson también fue pionera: se convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, y primera presidenta de la Sociedad Matemática Americana.
Hoy en día, no hay una discriminación ostensible en el mundo matemático (la Unión Matemática Internacional, la Sociedad Europea de Matemáticas y otras organizaciones de gran entidad están lideradas por grandes matemáticas, y ya hace mucho que las mujeres pueden formar parte de cualquier cuerpo académico, por suerte). Pero quizás podamos hilar algo más fino.
Es cierto que en lo que se refiere a la adjudicación de recursos, evaluación individual o promoción, no hay distinciones por sexo. Pero a pesar de que el número de estudiantes mujeres es elevado en los grados de matemáticas, no ocurre esto con el número de puestos ocupados en las universidades y centros de investigación.
Quizás convendría buscar causas este fenómeno de tijera fuera del mundo académico. La principal, probablemente, es el papel que tradicionalmente se adjudica a la mujer en la sociedad. Y si esto es así, los cambios que se requieren para que las mujeres alcancen los puestos de mayor responsabilidad deben ser sociales. La matematicas femeninas son inteligentes, laboriosas, razonables y sensatas. No debería haber diferencias entre unos y otras.
Las mujeres han tenido que luchar duro por su derecho a ser consideradas en pie de igualdad con los hombres. No hay que ir muy atrás en el tiempo para recordar aquellos tiempos en los que no tenían derecho al voto o dependían completamente de sus maridos o padres. Afortunadamente, vivimos en una sociedad mucho más tolerante.
Fuentes: http://www.madrimasd.org/blogs/matematicas/2014/03/08/137774
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