El arte helenístico, denominación historiográfica con la que se etiqueta el arte del período helenístico (desde finales del siglo IV a. C. hasta la época imperial romana), ha sido víctima durante mucho tiempo del relativo desprecio con que la crítica de arte lo había considerado («Cessavit Deinde ars» -«y luego el arte desapareció»-, sentenció Plinio el Viejo -Naturalis historia, XXXIV, 52- tras describir la escultura griega de la época clásica). Sin embargo, muchas de las más importantes obras de arte griego pertenecen a este periodo (el Altar de Pérgamo, el Laocoonte y sus hijos, la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, etc.)
Un diferente enfoque estético, y descubrimientos recientes, como las tumbas de Vergina, han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta época.
Durante el periodo helenístico hubo una gran demanda en obras de arquitectura, escultura y pintura, debido en parte a la prosperidad económica de la época, a la competencia que los reyes tenían entre sí por su afán de embellecer sus ciudades, las antiguas y las recién fundadas y a la aparición de la clase social burguesa, muy numerosa, con grandes posibilidades económicas que les permitía rivalizar con los grandes señores. Los mejores clientes del arte fueron pues los reyes y los burgueses, quedando en segundo lugar la demanda oficial de tipo religioso. Otro fenómeno característico de estos tiempos fue el sentido de urbanización que proporcionó grandes solicitudes artísticas. El arte helenístico triunfó y se extendió por todo el universo helénico y aunque siguiendo distintas escuelas, existió siempre una creación común, algo parecido a lo que había ocurrido con la lengua koiné.
Urbanismo y arquitectura
Característica del período helenístico es la división del imperio de Alejandro Magno en reinos personales fundados por los diádocos, generales del conquistador: lágidas en Egipto, seléucidas en Siria, atálidas en Pérgamo, etc. La emulación entre los distintos reinos helenísticos estimuló el desarrollo de enormes complejos urbanísticos, en grandes espacios, no limitados por las barreras físicas de la antigua Grecia, donde se pudieron crear nuevas ciudades (Alejandría, Antioquía, Pérgamo, Seleucia del Tigris, etc.) Este nuevo urbanismo, en lugar de actuar sobre el terreno y corregir sus deficiencias (plano hipodámico), se adapta a su naturaleza y realza sus cualidades. Se levantaron numerosos lugares de esparcimiento, como teatros y jardines públicos.
Pérgamo, en particular, es un ejemplo típico de urbanismo y arquitectura helenísticos. Desde una sencilla fortaleza situada en la acrópolis, varios reyes atálidas erigieron un colosal complejo arquitectónico. Los edificios se despliegan en abanico en torno a la Acrópolis teniendo en cuenta la naturaleza del terreno. El ágora, ubicada al sur, sobre la terraza inferior, está bordeada con galerías de columnas o stoai. Es el punto de partida de una calle que atraviesa toda la Acrópolis: separando, por una parte, los edificios administrativos, políticos y militares, al este y en la cumbre del peñasco; por el otro lado, los santuarios, al oeste a media altura. Entre estos últimos, el más importante es el que acoge el gran altar monumental, llamado de los «doce dioses» o «de los dioses y gigantes», que constituye una de las obras maestras de la escultura griega. Un gigantesco teatro, que pueden llegar a contener casi 10000 espectadores, tiene sus gradas en las laderas de la colina.
Es la época del gigantismo: por ejemplo, el segundo templo de Apolo en Dídima (a unos veinte kilómetros de Mileto, en Jonia). Fue concebido a finales del siglo IV a. C. por Daphnis de Mileto y Paionios de Éfeso, pero los trabajos, nunca acabados, continuaron hasta el siglo II. El santuario es uno de los más grandes nunca construido en la zona mediterránea: en el interior de un gran patio, la cella está rodeada por una doble columnata de 108 columnas jónicas de casi 20 metros de altura, cuyas bases y capiteles están ricamente tallados.
Escultura
La escultura helenística incorpora innovaciones del segundo clasicismo: estudio de los ropajes, de la transparencia en los vestidos, la flexibilidad en las actitudes. Así, la Venus de Milo, aún siguiendo la tradición clásica, se distingue por la torsión de sus caderas. Se buscaba sobre todo la expresividad y la atmósfera. Esta búsqueda es especialmente evidente en los retratos: más que la exactitud de los rasgos representados, el artista quiere plasmar el carácter de su modelo. En las grandes estatuas, el artista explora temas como el dolor, el sueño o la vejez. Así, el Fauno Barberini de la Gliptoteca de Múnich representa a un sátiro dormido, con la pose relajada y la cara ansiosa, tal vez víctima de las pesadillas. La Vieja ebria,1 también en Múnich, muestra de manera inequívoca una anciana, pobre, perturbada, apretando contra ella su jarra de vino. Laocoonte, atenazado por las serpientes, trata desesperadamente librarse de ellas, sin mirar siquiera a sus hijos, que van a morir. La representación de la infancia, otro extremo que se desvía de la idealización humana en la edad madura propia del clasicismo, tiene un buen ejemplo en El niño del ganso, de Boetos de Calcedonia.
NOTA: Ver imagenes en el articulo original.
Fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Arte_helen%C3%ADstico
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