Mover mercancías o pasajeros de un lugar a otro ha supuesto todo un desafío para la tecnología humana desde la noche de los tiempos. Llevar carga conlleva un consumo de energía que, muchas veces, es prohibitivo. Por ello, el uso de bestias de carga se generalizó muy pronto, pero incluso con ellas quedaba claro que era necesario algo más.
Contar con caminos adecuados también era vital pero, de nuevo, ¿por qué no ir un poco más allá? En la Grecia del siglo VI a.C. entró en funcionamiento un camino muy especial. Se trataba del diolkos, un camino de piedra en el que se excavaron dos surcos a modo de raíles como en nuestros ferrocarriles, separados entre sí cerca de metro y medio, curiosamente una medida muy similar a la que hoy día se puede encontrar en muchas vías de tren del mundo. En un primer momento se pensó en crear un canal para sortear el itsmo de Corinto, y así pasar naves marítimas entre el golfo de Corinto y el Sarónico. Ese canal llegaría con el tiempo (mucho en realidad, pues el canal de Corinto no fue abierto hasta 1893), pero mientras tanto, y durante siglos, se transportaron las naves rodando entre los dos surcos de piedra. El diolkos es considerado un precursor muy primitivo de los ferrocarriles, una idea, la del transporte con carriles, que vio otros ejemplos en diversas obras a lo largo del mundo, ya fuere con caminos de madera o bien con primitivos tranvías de tracción animal.
Pero construir un ferrocarril realmente funcional, por mucho que se viniera soñando con ello desde hacía muchos siglos, sólo fue posible gracias a la energía del vapor y a la expansión de la industria del acero ya en el siglo XIX, aunque sus primeros pasos se dieron en la centuria anterior. En la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII proliferaron los artilugios animados por la fuerza del vapor, nacido en ardientes calderas alimentadas por la combustión del carbón. El padre de la máquina de vapor, James Watt, también experimentó con primitivos precursores de la locomotora a vapor pero no fue hasta principios del siguiente siglo cuando realmente pudieron conjugarse raíles sólidos y resistentes con máquinas de vapor suficientemente ligeras y potentes.
Curiosamente, en 1811 apareció la primera patente de una locomotora para ferrocarriles de cremallera, de la mano del inglés John Blenkinsop, quien llamó a su invento “Salamanca”, una máquina que se convirtió en la primera locomotora comercial con éxito de la historia. Mientras todo esto sucedía, y el ferrocarril se extendía por Europa, en nuestras tierras ya se había olvidado la figura del militar e ingeniero Jerónimo de Ayanz que, entre otras invenciones, había logrado la primera patente sobre una máquina de vapor moderna en tan temprana fecha como 1606.
Fuentes:
artículo: "Ecos de los primeros ferrocarriles españoles" publicado en Tecnologia obsoleta por Alejandro Polanco Masa el 2 ENERO 2018
URL: http://alpoma.net/tecob/?p=13042
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