jueves, 7 de junio de 2018

Prejuicios sociales

El prejuicio social es tener una opinión o idea acerca de un miembro de un grupo sin realmente conocer al individuo. La antipatía, normalmente, se basa en información pasada y en la experiencia con un individuo o cultura (modo de comportamiento) en particular. Asociando unas características físicas a unos comportamientos negativos, se cae en la falacia. La convención de la UNESCO establece de manera clara la igualdad entre todos los seres humanos. Su tercer punto dice: «En el estado actual de los conocimientos biológicos, no podemos atribuir las realizaciones culturales de los pueblos a diferencias de potencial genético: estas se explican totalmente por su historia cultural. Basta invertir estos términos para obtener una radiografía del racismo».

La extensión de las propias experiencias negativas al caso general se puede considerar como sesgo. Como en la persecución, se cree por parte del prejuicioso en la maldad o bondad del otro y en la justicia del razonamiento propio.



La mayor parte de estos prejuicios o sesgos cognitivos están clasificados como sesgos atributivos. Los sesgos atributivos afectan al modo de atribución de acciones. Es decir, afectan al modo en el que se determina quien o que fue responsable de una acción o evento.

El prejuicio puede aparecer independientemente de la inteligencia del individuo, su nivel cultural y su capacidad para razonar. Y las falacias resultantes pueden ser desastrosas pues animadas por el espíritu destructor las masas no se detienen ante la fácil obtención de beneficios resultante de la opresión de las minorías o del odio colectivo como manera de unión comunitaria dominante.

Albert Einstein expresó esto, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, con la siguiente cita que es aplicable a las diferentes sociedades civilizadas que han sido llevadas por los prejuicios: «El crimen cometido por los alemanes es el más abominable que recuerda la historia de las llamadas naciones civilizadas. La conducta de los intelectuales alemanes ―como grupo― no fue mejor que la de la multitud. Incluso ahora no hay signo alguno de arrepentimiento o de deseo real de reparar lo que se pueda después de tan gigantescos asesinatos».

Las personas espoleadas y ciegas por estos prejuicios evolutivos no se paran a razonar críticamente lo expuesto, a igualarse en un experimento mental sin prejuicio con los expuestos (empatía) o a comprobar de manera científica las afirmaciones (método científico para desechar los prejuicios y aproximarse a la verdad). Es más fácil dejarse llevar por los propios prejuicios internos que nos dicen que estamos en lo correcto (rasgo evolutivo de los prejuicios) que aceptar verificar la verdad. Para las personas sumidas en sus prejuicios, la verdad es de quien la siente (véase intuición sentido evolutivo) y no de quien razonadamente la argumenta.

«Los egipcios trataban de bárbaros a todos los pueblos que no hablaban su lengua». Maliciosamente, Heródoto de Halicarnaso, ese patricio griego de la primera mitad del siglo V a. C., consagró todo un capítulo de su Historia, todo un «logos», a mostrar cómo los griegos recibieron de Egipto sus dioses y sus antepasados, su ciencia y su sabiduría; devuelve a los griegos ese término de «bárbaros» que estos aplicaban de hecho a todos los que no hablaban su lengua. Por muy orgulloso que esté de ser helénico, el «padre de la historia» evita así ante nuestros ojos la apariencia de un racismo.

Los griegos estaban a su vez, muy seguros de su superioridad sobre los no griegos, y de la superioridad de civilización y de lengua se puede pasar cómodamente a la de «raza». Sin embargo, este paso no se dio. Aún convencidos del valor más alto y de la originalidad de su modo de vida, de su cultura, no veían en eso la prueba de una superioridad eterna, «esencial». Tucídides, en las treinta páginas que abren La guerra del Peloponeso (se las llama «La arqueología») reúne varios ejemplos de los que se puede sacar en conclusión que los bárbaros son pueblos con retraso ciertos, pero en vías de desarrollo. Por tanto, no se puede hablar de un racismo heleno.

Roma mezcla y funde, en su población cosmopolita, las razas heterogéneas del mundo que conquistó —dice A Aymard en Roma y su imperio—. La posteridad de los vencedores se confunde con la de los vencidos. Y esta étnica se acompaña inevitablemente con una fusión moral. Menos espectacular y menos precipitado, pero tal vez más eficaz aún porque no está limitado solo a la capital, un fenómeno análogo se produce en las provincias. Sin embargo, esta semilla cosmopolita no florece en todas las provincias.

Más tarde con las monarquías helenísticas, en el tiempo de la dominación romana, las cosas van a complicarse de manera contradictoria. En Egipto, los Lagidas evitaron helenizar por razones en gran parte financieras. Limitaron la helenización y por tanto la cultura no fluyó, lo que dividió la sociedad. Al limitarla, los griegos que se instalaron allí se mostraron muy celosos de sus privilegios. En Alejandría es donde se ven mejor las consecuencias de esta doble política. La prohibición de casamientos entre griegos e indígenas, la división de la población en grupos con estatus jurídicos desiguales fundados sobre el origen étnico, facilitan, en esta ciudad en plena expansión demográfica y comercial serias confusiones.

Existen distintas formas del racismo en Occidente, no porque esta región del mundo tenga el monopolio del prejuicio, sino porque es «en la civilización occidental donde el fenómeno tomó las formas más virulentas y “refinadas”; donde no solo se mató, linchó y torturó en nombre de la raza, sino que se justificaron esos crímenes con “teorías” de apariencia científica». Existen estructuras socioeconómicas que sostienen este fenómeno; y existen dos manifestaciones clásicas: antisemitismo y racismo colonial.

Los nazis en su propaganda aclamaron la cultura griega clásica así como de la cultura romana como precursores de la raza aria y de la fundación germano europea. Esta distorsión intencionada se trata de un error histórico fundamental. La palabra aria que se usó para designar a los nobles persas e indios, proviene del sánscrito, una lengua persa e indú. Asimismo, con frecuencia, en películas históricas distorsionan la apariencia y costumbres de griegos, romanos y egipcios para transmitir ideas más modernas y estándares de apariencia europeos que hagan el producto más comercial. Ejemplo: Alejandro Magno no era rubio. Análisis de color de estatuas, pinturas y más tarde del ADN de los faraones egipcios muestran que hubo faraones negros por ejemplo Piy, Paanje, Taharqa. Asimismo, las clases sociales no se estratificaban tanto por raza sino por estatus social. Por ejemplo, Salomón tenía ojos claros y piel blanca y no llamó la atención que tomara como esposa a la reina de Saba, que era negra. Los griegos a su vez, consideraban a los europeos como pueblos atrasados. Griegos y romanos tenían apariencia fundamentalmente mediterránea, es decir, una tez más oscura que la nórdica.


  • Sesgo actor-observador: Es la tendencia a explicar los comportamientos individuales de los demás enfatizando la influencia de su personalidad y desestimar la influencia externa de su situación. Esto va asociado a la tendencia opuesta o actor cuando se observa uno mismo en el que las explicaciones a los propios comportamientos se realizan enfatizando mi situación personal o agentes externos y desestimando la influencia de la propia personalidad. Este sesgo suele confundirse con el sesgo de correspondencia).
  • Efecto de sobreatribución, sesgo de correspondencia o error fundamental de atribución: Es la tendencia o disposición de la gente a sobre-dimensionar los motivos personales internos a la hora de explicar un comportamiento observado en otras personas, dando poco peso por el contrario a motivos externos como el rol o la situación, para este mismo comportamiento. La gente tiende a obviar los motivos externos y cree más e incluso amplifica los motivos genéticos o de carácter internos. Cuando las personas piensan en sí mismas atribuyen su éxito a una cualidad personal (inteligencia, bondad, fuerza, carácter) y sus fracasos a circunstancias externas (mala suerte, desventaja, manías). Por otro lado, cuando la gente piensa en otros, atribuyen los aciertos de los demás a circunstancias externas (tuvo suerte, tuvo ventaja) y los fallos a debilidades o características internas (tiene mucho carácter, el no es suficientemente fuerte, inteligente).
  • Efecto Forer (o efecto Barnum, en honor al circense P. T. Barnum): es la tendencia de la gente a dar una alta nota de precisión o a asentir y confirmar la fidelidad de las descripciones que de su personalidad se hagan cuando estas están hechas a medida y específicamente para ellas. En realidad, estas descripciones de la personalidad son vagas y suficientemente generales como para ser aplicadas a un amplio espectro de la sociedad.
    • Por ejemplo, los horóscopos, cartas astrales y quiromancia, etc.
  • Desviación o sesgo egocéntrico: Ocurre cuando las personas se dan más responsabilidad a ellas mismas, por los resultados de una acción conjunta, que un observador externo. Este efecto puede darse tanto para los beneficios como para los errores de una acción.
  • Efecto halo: Es la capacidad de un individuo para modificar la percepción o evaluación que los demás tienen de las demás cualidades personales a través de una cualidad específica. Un individuo es capaz de trasladar la percepción que tienen los demás de sus cualidades positivas o negativas desde un área de la personalidad a otra a través de una única capacidad que arrastra a las demás. Véase también Estereotipo de atractivo físico. En breve, una persona que es buena en X es normalmente considerada, con prejuicio, a ser también buena en Y incluso si los dos tópicos no están relacionados, esto es el denominado efecto halo. Muchas marcas comerciales usan el poder de la marca o su efecto halo para vender otros productos.
  • Ilusión de entendimiento asimétrico: Es un prejuicio que implica el hecho de que la gente percibe su conocimiento de los demás como superior y más preciso al conocimiento que tienen los demás sobre sí mismos. De igual manera, las personas tienden a creer que se conocen mejor a sí mismas que lo que sus parejas o iguales se conocen a sí mismos o a ellos.
  • Ilusión de transparencia: Es la tendencia para algunas personas a sobrestimar el grado en el que su estado mental personal es conocido por otros. Este sesgo es similar aunque inverso a la Ilusión de entendimiento asimétrico pero la ilusión de transparencia es más prominente en las personas que tienen una relación personal.
  • Prejuicio de pertenencia al grupo o prejuicio de socio: Es la tendencia de las personas a tratar de manera preferente a quienes perciben como miembros de su propio grupo.
  • Fenómeno del mundo justo: Es la tendencia prejuiciosa de algunas personas a percibir que el mundo es justo y por consiguiente las personas reciben lo que se merecen. Esta tendencia también se da en la ilusión de pensar que las personas recibirán con el tiempo lo que se merecen. Estudios muestran que aquellos que creen en un mundo justo tienen más probabilidad a creer que las víctimas violadas han debido comportarse de manera seductora, las mujeres maltratadas tuvieron que merecer los golpes, que las personas enfermas se han causado su enfermedad con sus actos o que los pobres se han buscado su pobreza, todo porque el mundo es justo y pone a cada uno en su sitio. Una versión de esta falacia es la de que el tiempo pone a cada uno en su sitio. El tiempo hace más probable que haya interacciones con esa persona pero no implican que estas interacciones en un mundo justo vayan a premiarla o condenarla.
  • Efecto del lago Wobegon o efecto mejor que la media: Es la tendencia humana a describirse de manera halagadora o aduladora, comunicar bondades de sí mismo y pensar que se encuentra por encima de la media en inteligencia, fuerza u otras cualidades. El nombre viene de un pueblo ficticio de una serie de radio A Prairie Home Companion. Véase Efecto superconfianza o Efecto peor que la media.
  • Prejuicio de etiquetación o prejuicio de clases: Es un tipo de prejuicio cultural que se produce cuando una etiqueta o seña de diferenciación está disponible o es visible para describir algo que introduce una diferencia en nuestra habilidad física, cultural o personal que algunos incluso pueden aprovechar y que no tiene por qué existir. Ej.: «Mi amigo tiene piel negra. Entonces debe tener pelo rizado» o «llevas una camiseta del grupo de rock metálico Metallica, entonces debes ser un metalero» (Véase estereotipos y sesgo de confirmación).
  • Prejuicio de homogeneidad de los demás: Los individuos ven a los miembros de su grupo como más variados, diferentes y ricos en contrastes que los pertenecientes a otros grupos, los cuales son considerados homogéneos e iguales entre sí.
  • Sesgo de proyección: Es la tendencia inconsciente a asumir que los demás comparten el mismo o pensamientos, creencias, valores o posturas parecidas a las nuestras.
  • Sesgo de autoservicio: Es la tendencia de algunas personas a errar en su observación e ignorar pruebas o hechos en contra de la postura que defienden. También reclaman mayor responsabilidad en los aciertos y éxitos que en los errores. Además, en cuanto aparece información ambigua la interpretan de un modo que beneficia sus intereses.
  • Sesgo de impredecibilidad propia: Es la tendencia de algunas personas a verse ellos mismos como relativamente variables e impredecibles en términos de su personalidad, comportamiento y estado de ánimo mientras que ven el de los demás como mucho más predecible en cualquier situación. Este sesgo atributivo tiene un importante rol en la formación y mantenimiento de los estereotipos y prejuicios.
  • Profecía autorrealizada: Es una predicción que, de ser realizada o enunciada, realmente causa que esta se convierta en realidad. Véase Pigmalión y Efecto Pigmalión, donde los estudiantes producen mejores resultados por el simple hecho de que eso es lo que se espera de ellos. Véase también Efecto de sujeto expectante o efecto placebo.


Prejuicios cognitivos y consideración del futuro

Hay serios obstáculos a la hora de adoptar un enfoque eficaz, centrado en la maximización de nuestra eficiencia. El motivo de esto es que los agentes tenemos toda una serie de prejuicios que nos llevan a tomar decisiones que no optimizan resultados ( decisiones “irracionales” según la teoría de la decisión normativa). Algunos prejuicios se reflejan en una parcialidad que lleva a dar una prioridad a algunos individuos por encima de otros. Estos hacen que valoremos ciertas causas como menos importantes que otras. Ya hemos visto esto con anterioridad. Las actitudes sexistas, por ejemplo, llevan a ver los asesinatos sexistas como un problema menos grave de lo que realmente es, y llevan así a ver la lucha contra ellos como menos importante que otras causas. El reacismo, la xenofobia y el chauvismo lleva a ver cómo menos importante lo que les pasa a seres humanos que tienen un lugar de procedencia diferente del nuestro. El especismo lleva a ver como menos importante lo que les pasa a los animales de especies diferentes de la nuestra que lo que les pasa a los seres humanos. El egoísmo lleva a desentenderse por conseguir un impacto en lo que suceda a otros individuos. Por otra parte, tenemos también otros prejuicios que nos llevan a adoptar patrones de tomas de decisiones irracionales. Esto es, no porque nos ayuden mejor a elegir nuestros objetivos, ni porque se ajusten mejor a lo que puede ser un patrón de toma de decisiones correcto, sino simplemente debido a que en la historia de nuestros antecesores ello fue conveniente para la transmisión de su material genético. Esto no determina siempre y necesariamente qué buscamos y cómo lo buscamos. Pero sí lo hace en bastantes ocasiones, y lo condiciona en muchas otras más. En un gran número de casos nuestras formas de actuar son las que más nos pueden acercar a las decisiones que recomendaría la teoría normativa de la decisión. En otras muchas situaciones, sin embargo, esto no es así.

Las razones para ellos son varias. Entre ellas se puede destacar, por ejemplo, que a lo largo de la historia natural se selecciona aquello que funciona suficientemente bien, no aquello que funciona perfectamente. Alcanzar la perfección en una función es dificilísimo. Alcanzar un funcionamiento suficiente es mucho más sencillo. Y esto último es todo lo que hace falta para que tal funcionamiento se mantenga evolutivamente. Por eso, a lo largo de la historia evolutiva las capacidades y disposiciones que se acaban estableciendo no son las que hacen que realicemos ciertas funciones de manera perfecta, sino las que lo hacen de forma que, simplemente, lo hagamos en la medida suficiente en que ha conseguido en el pasado que un cierto material genético se transmita. Esto es, se maximiza el desarrollo de mecanismos chapuceros, que se apañen. Así, ocurre que para transmitir material genético es suficiente con actuar de las formas que, de manera general, consiguen este fin, incluso aunque no sean las más racionales. Por ejemplo, tenemos una aversión a la pérdida mayores que a la consecución de ganancias. Gran parte de los seres humanos se esfuerzan más en no perder algo de valor x que en ganar algo de valor x incluso aunque el esfuerzo por ganarlo sea menor que el esfuerzo por mantenerlo. En un contexto de mucho riesgo como el que tuvieron nuestras antepasadas y antepasados esta tendencia puede ser muy útil. Pero como estrategia para maximizar el valor del que disfrutamos no es racional, y no funciona en otros contextos. Más aun, además, a veces aquello que maximiza la transmisión de nuestra información genética es tener creencias equivocadas, pues estas nos motivas mejor a actuar. Un ejemplo de esto es la tendencia a creer que el mundo es un lugar mejor de lo qu realmente es. Una lista exhaustiva de sesgos cognitivos sería extensísima. Pero podemos considerar algunos ejemplos de interés, como son los siguientes:


  • Tenemos una incapacidad de comparar correctamente distintas magnitudes cuando estas son muy grandes (en concreto, nos cuesta hacer esto cuando tenemos que comparar distintas magnitudes de daño, por ejemplo, un millón de víctimas de un holocausto contra cien millones de víctimas).
  • Confundimos aquello que deseamos que suceda con aquello que es previsible que suceda.
  • Creemos que nuestras propias experiencias representan adecuadamente el conjunto de lo que ocurre.
  • Nos cuesta cambiar nuestra forma de ver las cosas incluso cuando se nos presentan evidencias nuevas que deberían cambiar nuestras posiciones.
  • Tendemos a no incluir en nuestras consideraciones aquellas opciones en las que hay incertidumbre.

Estos y muchos otros prejuicios tienen muchas veces resultados nefastos cuando intentamos considerar la importancia que pueden tener distintas causas. En particular, tienen tal efecto a la hora de llevarnos a desconsiderar la importancia del futuro. Una consecuencia de esto es que podemos dejar de lado como improbables escenarios que pueden ser bastantes probables, simplemente porque carecemos de familiaridad con ellos. O podemos dejar de lado como improbables escenarios distópicos llenos de sufrimiento porque no logramos concebir bien la posibilidad de que estos ocurran por nuestro horror a imaginar mundos así. En otros casos, podemos priorizar problemas graves (porque nos impacta su gravedad) a pesar de que existen otros problemas aún mucho más graves. Esto pasa de forma muy común. Y hace que el mundo sea un lugar bastante peor de lo que podría ser si quienes se toman en serio eliminar las fuentes de desvalor que hay en él actuasen de manera más eficiente.

Fuente:
Artículo: "Anexo:Sesgos cognitivos" Publicado en http://www.wikiwand.com
URL: http://www.wikiwand.com/es/Anexo:Sesgos_cognitivos

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